12.22.2014

El hombre perdido en un trigal.

Desde que nací, no había visto más allá de los trigales que rodeaban mi pequeña casa de madera. Era una casa diminuta, casi como una casa de muñecas. Y a escasos metros de la entrada y las paredes, comenzaba un vasto trigal que la rodeaba por completo.
A veces, la casa quedaba prácticamente oculta, el trigo se pone muy alto en algunas épocas del año, ¿sabéis?. Tenía un poco de miedo de ir muy lejos, ya que no sabía dónde podría acabar el trigal (si es que acaso acababa en alguna parte), así que acababa comiendo semillas de trigo que caían.
Sólo me alimentaba de trigo. Para mí, eso era lo normal. No concebía la vida de otra forma.

Una vez ocurrió algo que jamás había visto, no sé qué edad tenía (tampoco sé la que tengo). Algo como unas nubes frías y muy húmedas bajaron hasta el trigal, cubriéndolo de un velo blanco tan denso que antes de que me diese cuenta, ya no podía ver ni una sola espiga. 
Subí por la pared de la casa hasta llegar al techo. Las vistas eran extraordinarias: la niebla había cubierto el trigal por completo, dejando ver sólo las puntas de las espigas más cercanas a mí. Hacía mucho frío, así que decidí bajar justo cuando el tejado se hundió y caí dentro de la casa. 
Con tanto frío, sólo pude cubrirme con los escombros y esperar a que aquel extraño fenómeno cesara. Mi cuerpo estaba cansado, pero no podía parar de hacerme preguntas. ¿Hasta cuándo iba a seguir aquello así? ¿Cómo podría reparar la casa?

No pude dormir, el tiempo pasaba muy lento. Cuando el sol encontró la manera de penetrar débilmente aquel manto de niebla, y me dí cuenta de que aquello cada vez cogía más densidad. La idea de que las nubes se solidificaran atrapándome hasta morir me aterró, al pensarlo se me heló la nuca. Sentí tanto miedo que empecé a correr a través del trigal como nunca antes lo había hecho, rompiendo las espigas a mi paso, perdiéndome.
Corrí durante lo que parecían horas, la humedad molestaba al respirar.

Pues si aquello era raro, más raro aún fue cuando empecé a sentir que las espigas cada vez eran más pequeñas, tanto que en lugar de cubrir hasta mi cabeza, empezaron a rozarme los pómulos, la barbilla... Cuando llegaban a la altura de mis hombros, ya la niebla se había disipado, dejándome con el único pensamiento de a dónde iba a vivir ahora.
Quizá no había nada más que trigo, pero ya no tenía casa. Aunque algo era seguro, cuanto más avanzara en cierta dirección, más bajitas se hacían las plantas, así que supuse que en algún momento acabaría el trigal.

Seguí andando, hasta que el trigal llegaba por mi pubis. Miré hacia abajo, quizá el trigo no era lo que encogía, mis piernas eran más largas, mi torso tenía algo de vello, mis manos eran más grandes y huesudas que nunca. Hasta mis hombros eran más anchos. 
En el paseo hacia ninguna parte, noté un olor que jamás había sentido antes, así que al fin el camino cogió rumbo: hacia eso que olía bien.
Anduve algo así como dos minutos, no sé calcular bien el tiempo que duran mis recuerdos. Y, lo que nunca habría sospechado, sucedió. El trigal era finito.
Puse el grito en el cielo, toqué la hierba que era verde en lugar de amarilla, vi un grupo de plantas con unas tonalidades que mis ojos no habían visto jamás. Quedé hipnotizado por el montón de cosas nuevas, y no reparé en que en frente había una casa, con la puerta abierta, y en la puerta otra persona, con una bata blanca.

Pasaron cosas, no pudimos hablar bien al principio, yo sólo sabía mucho sobre el trigo, ella sólo sabía mucho sobre cosas que yo nunca había visto. Fue buena conmigo, hasta me enseñó a hablar. Me enseñó que el trigo se llamaba trigo, e incluso buscamos dónde podría haber estado mi casa oculta en el trigal. Llamó a unos tipos que confirmaban que yo podría haber venido del cielo, aunque otros señores decían que me había escapado de un psiquiátrico.

Y aquí estoy hoy, en una habitación mucho más grande que mi primera casa entera. Las paredes son blancas, en lugar de ser de madera. Incluso son blandas, no te harías daño si estás en el tejado y se hunde, haciéndote caer de nuevo. En serio, aquí hasta las paredes son cómodas y acolchadas.
Incluso tengo algo así como un rectángulo de algo parecido a lo que cubre las paredes, también muy blando, donde me acuesto por las noches. Y lo mejor es que desde aquel día que vi a la señora, no he vuelto a comer trigo.