Hace ya unos años, cuando era más pequeña, me gustaba jugar a asustarme con el mundo de mi imaginación. A menudo abría la puerta que me unía a ese mundo, y como un astronauta, me dejaba llevar en el vacío de mi imaginación, vacío que se iba llenando de cosas extrañas, curiosidades y deseos. Supe entonces que en mi cabeza había un cosmos lleno de monstruos con escamas brillantes, estrellas relucientes y una ingrávida realidad paralela. En aquella dimensión extraña, podía perderme y divertirme, me podía incluso alejar de mí misma físicamente, dejaba mi cuerpo en el suelo para que pensasen que yo seguía allí. Pero yo en realidad estuve volando todo el tiempo.
Volando, volando, siempre arriba, como en la canción de Dragon Ball, solo que yo no buscaba islas ni tesoros ni bolas de dragón, yo había encontrado en mi imaginación todo lo que se me había perdido, e incluso más. Había encontrado un algo que me ayudaba a desaparecer mientras me hacían daño. Pero me he parado hoy a pensarlo y, me doy cuenta de que realmente no sé qué fue de mi vida cuando era pequeña. Recuerdo las cosas malas que hacían querer volver a mi imaginación, y ya me gustó tanto flotar en la ingrávida cortina de sueños, que apenas bajaba para hablar o hacer cualquier cosa. Siempre imaginé realidades paralelas a la mía, porque en la que yo estaba presente no me hacían caso, o simplemente era demasiado descolorida.
Me gusta aquella manera de ver el mundo. Dentro de mi mente había más mundo que fuera de ella, mientras el mundo físico iba a ser siempre el mismo, mi imaginación y mi personalidad iba cambiando, formándose, siempre había algo nuevo, algo con lo que distraerme. Soñando despierta en todo momento, me he encontrado con mis miedos, mis debilidades, mis virtudes y mis defectos. Me he dado cuenta de muchas cosas que, si no hubiese estado reflexionando sobre ellas durante días y noches en mi paraíso mental, jamás habría dado noticia. A través de mi imaginación y sobre todo, mi curiosidad, conozco muchas cosas que otras personas ignoran por completo.
Y ahora tengo ganas de, aunque sea por un momento, volver a imaginar aquel pequeño revuelto de caos que tenía en la cabeza cuando era pequeña. No reflexionaba, solo imaginaba cosas, situaciones, sabores, colores, hablaba conmigo misma y con los demás aunque realmente no ocurriese. Me pregunto si soy la única que ha imaginado estar teniendo una conversación con alguien, poder saborear las posibilidades que hay de que una persona te diga una cosa o te sorprenda con otra.