He abierto los ojos y me he encontrado en frente de mi peor pesadilla. Anhelo romper todos los huesos que veo alrededor de mí, me siento como si viviese encerrada en un cementerio y no pudiese salir... Como si viviese en un cementerio con las puertas abiertas hacia la vida. Llevo la muerte dentro de mí y estoy cansada del puto mal humor que tengo siempre. No es culpa de nadie, salvo mía, soy un ser de odio y sangre.
Odio la maldita raza humana y su deseo de poder, odio la capacidad que tiene el hombre para imaginar cómo estaría mejor, odio la puta imaginación que me persigue constantemente, odio la carne humana y el deseo de matarla, odio la piel desnuda y desprovista de protección alguna... Odio la piedad y la compasión, el anhelo, la traición y todas esas magníficas virtudes humanas. Los animales tienen lo que necesitan, nosotros quisimos más y aquí me tenéis, víctima del deseo más podrido de todos: la autodestrucción.
Muchísimas veces me siento acosada por un monstruo enorme que me quiere comer arrancándome los pedacitos de carne, y en parte deseo que así sea. Cuando el monstruo me come por dentro, se apodera de mí, acabo siendo él mismo y no me gusta. Toda esta rabia, canalizarla, no es un trabajo fácil. Por el contrario, me falta papel para dibujarla, me falta papel para describirla, me falta sangre para alimentarla, sangre que no es mía, sino ajena. Es un odio terrible y gigantesco, al principio alimentado para salvar mi orgullo por encima de mi tristeza, y posteriormente creció sin que me llegase a dar cuenta del daño que había estado haciendo. Es un odio que me lleva a mirar a las personas desde sus propias cabezas, me lleva a conocer a todos para desearles su propia maldición. Es agotador estar respirando con los pulmones de mi odio, siempre ahogados en su propia angustia. Tan solo hay una cosa que consigue apaciguar mi ira, y es su mirada serena. Sé que está ahí para mí, y a veces deseo que se apague para llevar a cabo la maldita autodestrucción. Aunque siento demasiado amor por él y nunca llegaré a llevarla a cabo, no al menos en sus circunstancias. Me revienta tener este mal humor, soy víctima de mí misma y del odio que he engendrado hacia todos, hacia mí. Días como estos tengo ganas de destrozar cosas, romper cristales, darme cabezazos con todo el mundo, arrancarme la piel, clavarme puñales entre las costillas...
Pero es cierto, lo llevo observando mucho tiempo. Soy Mar y al igual que los mares, llevo vientos de todas las direcciones. Los vientos del norte me hacen sentirme fría y cansada; los del este me hacen corroerme en mi propia ira; los del sur e relajan y me apaciguan... No hay dos días en los que sople en mí el mismo viento, y de tantos cambios de emociones ahora tengo el corazón revuelto y agitado, mareado por una tormenta.