8.16.2012

Stirb Nicht

El niño lloraba con toda su fuerza, se moría por dentro. Lo miré. Y dos ojos grandes y azules me devolvieron la mirada. 
- ¿Y mi papi?
 No sabía qué responderle. Estaba perdido en el mar. Igual que yo. Los dos buscábamos seguridad, aunque en diferentes fuentes. 

Alcé la vista al horizonte. Sólo mar, sólo mar. El niño seguía llorando abrazado a mis piernas, necesitaba alguien que le protegiese. Yo lloraba por dentro, necesitaba alguien que me hiciese fuerte. Y encontramos en la arena, muchas horas después de vagar sin rumbo por el gran azul, una puerta de madera vieja. Una puerta vertical a la arena. El niño me preguntó, pero no le escuché. No pude oir su voz. Había perdido mi mirada en el marco roñoso de la puerta, las astillas se clavaban en mis perturbados ojos al ver que no había nada más que una puerta vieja en la arena. Ni caminos, ni montañas. Arena y ésa puerta.

- ¡Mira, mira!- Volvió a decir el niño.
Le miré, tenía la boca sangrando y en la mano, una caracola. El niño estaba feliz, hasta que unas gotas espesas de su sangre comenzaron a salpicar la caracola. Se tocó la barbilla, y con temblores en sus dedos, fue palpando los labios. Con indecisión, se introdujo dos dedos en la boca. Acarició sus dientes, que estaban bien. Fue a rozar la lengua contra ellos, pero de repente abrió los ojos de par en par, abriendo la boca y llorando como si estuviese enfermo mental. Luego me percaté de que no tenía lengua.
- Oye, calma. Calma, chiquitín. ¿Qué te ha pasado?- El niño me miró señalándose la lengua y negando con la cabeza, muy asustado.

La criatura comenzó a llorar sin hacer ningún ruido. Suavemente, aunque la cara de dolor y los ojos encharcados de sangre gritaban en mi cabeza. "El niño no puede hablar". Lo tomé en brazos y andé hacia la puerta. Toqué el pomo con extrema precaución, mi cuerpo tiritaba como si tuviese fiebre. Perdí el equilibrio. Perdí la consciencia. 

Cuando me desperté había perdido la noción del tiempo. El sol seguía a la misma altura, la arena, intacta. La brisa no soplaba. Y aún tenía en mis manos al hijo del silencio. Me acordé de que él buscaba a sus padres, y yo buscaba a alguien que había sido mi vida antes de irme. Recordé su cara. Y no recordé por qué estaba yo allí. No sabía nada, ni siquiera el motivo por el que me había perdido en el mar.

Recordé su mirada brillante, recordé su risa. Recordé el calor de su cuerpo al abrazarle, el perfil de su rostro, y sus manos. Bajé la cabeza lentamente. Había perdido toda la fuerza que me había dado. Pero me negué a aceptar que aquel lugar era real. Me dirigí sin pensarlo a la puerta, la abrí. El niño de repente se levantó y corrió a mi lado. 
- ¡Papáaa! ¡Mamáaa! - Por lo visto al otro lado de la puerta podía hablar. Y ver a sus padres. 
Pero no sé qué vería, porque tan pronto como se le alegró la cara, se le llenó de las avispas del miedo. Su mirada blanca, fría, y muerta, me congeló el corazón. Me asomé a la puerta. Y le vi. Le vi durmiendo. Y no respiraba. Abracé al niño fuertemente, y lloramos los dos. Ninguno dijo nada, no eran necesarias las palabras. El corazón se nos había encogido de repente, teníamos nudos en la garganta. 
- Yo te protegeré, niño. -Aunque supe que nunca llegaría a ser una madre.
- Yo te querré. -Aunque supo que nunca lo haría.