Estábamos en una casa blanca, era un dormitorio para personas que estaban de viaje. Yo dormía con unas chicas bastante locas, aunque yo me mantenía al margen. Mi padre vino a visitarme junto a mi familia, yo me miré en el espejo y mis encías estaban moradas, los dientes torcidos.
Cuando levanté la vista del espejo me encontraba en un sótano con el suelo de cemento, y empecé a presionarme un incisivo inferior, el cual no tuvo problemas en caer de mi boca. La sangre empezó a salir, espesa. Necesito un médico pensé, pero eso se te pasa en un rato dijo mi padre.
Cerré la boca para no ir escupiendo chorros de sangre por el suelo, pero me asfixiaba en mi propia sangre, era como si me hubiesen arrancado todos los dientes. Pero cuando iba a hablar, no se me entendía, ya que la sangre no paraba de salir y era como si estuviese intentando hablar debajo del agua.
Nadie estaba preocupado, sólo yo.