Como una perdedora. Como mil perdedoras. Como la reina de todas ellas.
Los anillos de plata se tornan negros, el polvo los consume tanto como me consume a mi.
Un gran camino de piedra, tresmil kilómetros. Ha llovido, ahora es de noche.
En cada charco me encuentro un lirio, una gota de sangre, y una carta que no me atrevo a abrir.
Ilusionada, sigo el camino, recogiendo cada lirio, bebiendo cada gota de sangre, ansiando desprenderme de la cobardía que me impide abrir las cartas.
A veces pienso que estoy caminando sobre una gran muralla en la Luna, otras veces pienso que corro como una rata escurridiza en un laberinto subterráneo lleno de cieno.
Cuando estoy en la Luna, las estrellas se unen entre sí, formando figuras de luz, de las cuales me separo. Y vuelvo al camino de la rata, en el cual soy un aburrimiento. Y una caña de pescar me vuelve a subir a la Luna. Y de vuelta allí, resbalo por sus alcantarillas heladas convirtiéndome otra vez en ese ser que tanto asco suele dar a todos.
Inestable.
Quizás.
Pero no, se bien qué quiero y a qué juego, esto sería feliz si no fuese por que mi vida parece una corrupta película de Todd Solonzd. Mientras intento no morir, llamo a la fe, a que me ayude. Si sobrevivo... Pero no, soy muy pesimista. Estoy sólo esperando el abrupto final que me separe de la Luna, ya que sé que si pierdo algo, será lo bueno.
Siempre pierdo lo bueno antes que lo malo. Las constelaciones se unen y brillan para darme envidia.