10.19.2014

La guerra.

Los rayos de luz se difuminaban a través del polvo del aire, rozando el perfil de su rostro desde la izquierda, de modo que el lado derecho de su cara quedaba sumergido en la sombra.
Su respiración era tranquila, su expresión transmitía toda la paz que faltaba en el resto del continente, aún en guerra contra los dragones.

Ajeno al peligro, descansaba en su refugio de madera situado entre los árboles de una montaña enana. El bosque de esa zona era lo suficientemente denso como para que la luz fuese tenue, pero sin llegar a hundirse en la penumbra.
La ladera donde se encontraba su refugio daba hacia el mar, y si se prestaba atención, podía escucharse el romper de las olas en las rocas escarpadas.

Esa estación del año era la más cálida, por lo que reposaba las preciosas líneas de su cuerpo sin más abrigo que una camiseta de tela gastada.

En el pueblo solían decirle que con esfuerzo podría llegar a ser un gran mago, pero él, más interesado en las armas, había desarrollado una envidiable habilidad con hachas y espadas. Aún así, y aunque por accidente, uno de sus hechizos llegó a mi corazón a través de su mirada.

En uno de mis paseos por las rocas escarpadas descubrí aquella pequeña estructura de madera entre los árboles. De no ser por el vuelo fortuíto de un ave rapaz que pasó delante del refugio, quizá nunca me habría percatado de su existencia.
Cuando me acerqué, le vi allí tendido, tranquilo a pesar de mi presencia.
Nos conocíamos de mucho tiempo atrás. Desde entonces, las líneas difusas en sus manos se habían convertido en surcos en la piel que dibujaban las líneas de sus huesos.
- Estaría bien que explicaras algo.-Se limitó a decir desde su posición.
- Desde que aprendí a dominar el aire y el agua, he venido a practicar movimientos todos los días a la orilla. Hoy, sin embargo, encontré este lugar mientras daba caza a un halcón. No quiero molestar...

Mis explicaciones me hacían parecer estúpida cuando las repetía dentro de mi cabeza. No estaba segura de querer estar allí, pero él se echó a un lado haciéndome el gesto de darme asiento a su lado.
- Enséñame como lo haces -me dijo mirando las yemas de sus dedos- siempre te he visto desde aquí moviendo las olas.
- Oh, ¿de verdad? -Me sorprendí al saber que todo este tiempo había sido observada.

Alcé mis dedos y acaricié el aire que rodeaba su camiseta. Con el gesto de pellizcar el aire, tomé algo de energía, y con la yema del dedo índice lancé una pequeña ráfaga al interior de su ropa, haciendo que se inflase. En el movimiento, dio un respingo que no pudo evitar contener.