De la profunda oscuridad de las tinieblas hacia mi escritorio. Encontré un lápiz y una goma de borrar. ¿Qué harían ahí? Era la inspiración, que me estaba tentando. La melancolía estaba demasiado furiosa y no me dejaba pensar con claridad. Escribí una tormenta sucia de cenizas, mientras la música sonaba a todo volumen en mis altavoces. Entonces giré la cabeza hacia atrás, y lo vi como si fuese un espejismo. Allí estaba el Caimán.
Pensé que lo había perdido de vista. Pensé que había muerto. ¡Joder! Nunca llegué a imaginar que allí aparecería de nuevo. Aunque esta vez él ya sabía quien era. ¿Y cómo es posible que un caimán tenga conciencia de sí mismo? Quizá éste no era un caimán. Aunque se le parecía.
El caimán me miraba con anhelo y obscenidad. En el fondo de sus ojos encontré un pozo negro de desesperación. Me vió. Giré la cara al dibujo. En mi mente, pensé que era imposible que estuviese allí de nuevo. ¿Y su río? ¿Y su cueva? Todo era precioso. ¿Por qué me había seguido hasta aquí?
- He venido a matarte.- Me dijo con la ironía trazada entre sus labios.
- Ah. ¿Sí? -Mi ego y yo nos miramos. Sabíamos que hacer.
- No te queremos más aquí. -Dije.
- Todas las cosas maravillosas... Se esconden en mí. Estoy tan, viva. -Mi ego estaba regocijándose en su victoria prematura.
Observé una batalla de antaño. Mi ego y el caimán. Mientras los dos peleaban, yo me quedé embelesada con el olor de su melena. Y el humo negro que siempre salía de su nariz al respirar. Me encantaba verla moverse con gracia. Era precisa como una espada de esgrima, dando siempre en el punto justo; mientras que el reptil avasallaba el aire a mordiscos y desgarraba las cortinas con sus garras. El anhelo del Caimán era conseguirme. Esta vez yo no le seguiría. Mi ego era frágil de apariencia, pero en el fondo era firme y pesada como una espada bastarda. Cuando la rabia, como esta vez, le secuestraba el corazón, era como si el sol del día se transformase en una Morning Star, y la oscuridad densa y pesada se apoderase de la vida.
- Time to play a game!- Dijo mi ego. -Caerás de nuevo, sabes que estoy controlándolo todo desde arriba.- Hizo una pausa mientras el Caimán mordía de nuevo el aire. -Pain!-Gritó ella.
Un haz de luz atravesó el pecho del Caimán. Justo en el punto donde ya le dolía, justo en el punto que el lagarto pretendía que yo sanase.
- Esta vez ha sido muy fácil. -Dije yo.
- No es eso. El Caimán ni siquiera me ha dado.- Observó ella, orgullosa de su victoria.
Y esta vez, las lágrimas del cocodrilo fueron reales.