7.12.2012

El amanecer se giró sobre sí mismo, buscando al sol entre las olas. Yo aún dormía, para variar, perdiéndome el paisaje. Que cierto es aquello de que no se aprecia lo que se tiene hasta que se pierde. Con lo bonito que es ver el amanecer en Cádiz, no he madrugado ni un sólo día para verlo. Seguro que si viviese lejos del mar ansiaría esa visión con toda mi fuerza. Pero, para variar, la pereza me puede.

Así es, una vida formada por las notas de un piano y las gotas de lluvia repicando en los cristales de una parada de autobús. El cielo en su inmensidad no tiene a nadie más grandioso que él, nada es más bello que él, y ciego ante la luz del sol, no es consciente de la cantidad de aclamaciones y referencias que recibe. ¿Quién, acaso, no se ha dirigido a él en algún momento? ¿Cuántas nubes se habrán formado por los suspiros de los soñadores? El cielo es una inmensa historia de miradas, lágrimas, risas... Siempre podemos verle, y mientras lo miramos, perdernos en su inmensidad y transformarnos en una nube que viaje y se deje llevar por la brisa hacia ninguna parte.
Es cierto, cuanto más nos dejamos llevar por la corriente, dejamos que los acontecimientos fluyan sobre nosotros empapándonos de vida, sin forzarlos. Cuanto más nos dejamos llevar por la brisa, más nos damos cuenta de que sí tenemos un destino: la felicidad.

En ese silencio donde ambos nos entendemos, nos comprendemos... Las miradas hablan e incluso cerrando los ojos, ambos miramos de frente a la felicidad. Cuando duermo contigo se me dibuja una sonrisa tranquila en la cara.