Es como si se hubiese muerto un pedacito de mí cada vez que me acuerdo. Aquellas personas tan importantes para mí en su día, fueron desapareciendo pero las huellas de los buenos recuerdos siguen firmes, porque toda mi vida se compone de pequeñas historias.
Es como un romancero olvidado en un banco oxidado, en el que se sentaron una vez varios amigos para charlar, y uno de ellos clavó una hoja de doble filo en mi memoria. Confiar en los demás, ya entonces me costaba como para que me traicionasen. Me cerré y me volqué sobre mí misma, es la consecuencia más lógica y sensata cuando las personas a las que quieres te hacen daño. Sé que todo cambio fue para bien desde el primer momento en que me separé, pero la melancolía siempre está en el aire y, como un virus, de vez en cuando accede a mi corazón.
Sinceramente, me siento como una niña. Soy buena, en el fondo, no me gusta reconocerlo delante del mundo pero es cierto. Perdoné lo imperdonable, incluso olvidé los malos recuerdos y los camuflé en medio de la confusión difusa de un mal sueño. Sin embargo, me quedé con aquellas gracias absurdas y sin sentido. Conversaciones y reflexiones a una temprana edad, y eso que no soy precisamente mayor. Pero guardo tanto cariño a mi pasado, a mi manera de ser... Mi persona crece y madura, los recuerdos que tengo sobre mí, simplemente los veo como si fuese mi propia hermana pequeña. Siempre me quise a mí misma, especialmente cuando tan solo era una niña. Todos aquellos recuerdos son felices porque ella misma, en su inocencia, quiso verlos así, a pesar de algunos malos tratos, caos y recuerdos más oscuros, difuminados y encerrados para que no vuelvan a salir nunca más.
Me tengo mucho cariño desde pequeña, porque sin ser del todo consciente, ya tenía una memoria bastante selectiva como para decidir qué era bueno recordar y qué era malo. Evidentemente los niños son así, perdonan y olvidan. Sin embargo, no me he hecho mucho más mayor en el fondo, sigo perdonando y olvidando a las personas malas. Lo único que perdí fue la confianza, suficiente para no volver a cometer los mismos errores una y otra vez.
Pero es eso, me siento melancólica. Hace tiempo que dejé de sentirme parte de un pequeño grupo sólido y firme, muchas veces veo mi vida tambalearse entre las manos de las diferentes personas que deciden quererla. Una cosa es segura, unos padres siempre serán algo suficientemente sólido como para apoyarse y protegerse. Sin embargo, es ley natural, esos sentimientos se pierden y los niños crecen. Los deseos de esos niños empiezan a encontrarse fuera de su casa, en los corazones de otras personas. Y esos corazones no se sostienen tan firmes como los de nuestros padres. Quizá no nos protejan tanto como deseamos, quizá no den todo lo que esperamos que den por nosotros. Son otro tipo de corazones, y aunque sean más frágiles, los hemos elegido nosotros-ya decía yo que a los amigos se les elige, a la familia no- pero ésa es la diferencia. Los elegimos, pero ellos mismos (los amigos) son los que eligen también si quedarse o no.

Sin embargo, el hecho de que ellos puedan elegir caminos diferentes a los nuestros no niega la posibilidad de seguirles queriendo incondicionalmente, aunque sea tan sólo por las pequeñas huellas que dejaron en nuestro corazón. Y es cuando, a pesar de la traición, se les perdona. Toda historia humana es posible gracias a otras historias. Esto, dicho así, me convierte en una especie de filántropo, es cierto que amo la vida por encima de toda cualquier otra cosa. Pero amo aquella vida que llena a la mía propia. Mi vida no tendría ningún valor si no se compusiese de otras vidas, otras historias.