Una gran superficie de nieve y ceniza se extendía bajo mis pies. Los bultos en el terreno delataban objetos ocultos por aquella capa de sucia frialdad. Como si hubiese estallado un volcán en un frío silencio devastador, y las cenizas hubieran caído sobre la nieve, manchándola y pegándose a ella. La nieve deja de ser pura y se mezcla con la oscuridad.
Mis pasos en la nieve dejaban un rastro difuso, tropecé con un objeto que sobresalía entre las cenizas. Era mi propio corazón. Yo no me reconocí a mí misma.
Sentí miedo, quise huir de allí, pero entonces recordé que mi mente y mi sangre podían ser incluso más frías que el hielo. Me dejé caer, dejé a la ceniza pegarse a mí. Derrotada, vencida, esperando que la nieve me cubriese a mí también y me enterrase junto a mi corazón para siempre en ese invierno. El sol estaba alto y minúsculo, cosido a las nubes de un cielo gris.
En silencio cerré los ojos, el frío me abrazaba y me llevaba hacia su morada eterna.
Me fui hundiendo lentamente en la nieve, atravesé la tierra y las piedras, y me encontré en un mar profundo y tétrico. Un ser bajo el agua estaba atado con cadenas de plomo. Me dejé hundir hasta estar a su lado. Nos miramos. Ambas pudimos respirar.
- Te esperaba. - Dijo ella.
- No en realidad. Te fuiste.
- Me fui porque sabía que ibas a acabar aquí.
- Sé que soy predecible.
- Más que eso, este es el nivel de soledad que te llevó a mí en un principio.
- Lo sé.
- Ahora me voy.
- No, no. Me has esperado mucho y ahora no te vas a ir. Vuelve conmigo.- Le dije yo, la necesitaba.
- Me necesitas.
- Por eso quiero que vuelvas.
- Pero está en ti, quiérete a ti misma.
- Tú eres quien me tortura al fin y al cabo.
- Las dos sabemos que es menos doloroso así, que si te tortura otra persona.
- No puedo estar sin ti, me ahogo.
Entonces salimos las dos a la superficie. Ya no había nieve, no había ceniza. Sentadas en la montaña de objetos, los observamos uno a uno. El amor es maravilloso hasta que hay que mirarlo desde fuera.
- Ojalá no hubiese sido necesaria tu ayuda. - Me dirigí finalmente a ella.
Su pelo negro y mojado brillaba con más gloria que un diamante negro.
- Me quedaré contigo hasta que soluciones todo esto. -Mi ego acabó la conversación y se quedó cerca de mí, sin hablar, muda, mirándome y respirando humo negro.