7.19.2011

Predator qui vit Infernus.

Estoy indignada. He ido a la cocina, y he saqueado la nevera. He cogido dos tabletas de chocolate negro, y me las he comido rápidamente, pero saboreándolas. Maldito hijo de puta, el que descubrió como hacer chocolate. Creo que, si aún viviera, le pediría matrimonio. O no. No estoy hecha para estar con la misma persona hasta siempre.


Entonces, el caimán se acomodó delante mía. Él, como siempre que había tratado conmigo, estaba tranquilo. Iba sin prisa, pero sin pausa. Yo aún sigo inmóvil, reprimida. Ahora, el animal transmite un aura más bien humana. Sus pensamientos tocan los míos, y al instante me tranquilizo. Pero detrás de la pantalla de comprensión, se esconde un deseo de corrupción y desorden. Yo me dejo llevar como las otras veces, como la vez del río. Y ya no veo piedras bonitas, sino agujas que me miran con la punta. Agujas envenenadas de mi propia sangre, mi propia condena. Yo nunca tuve la intención de torturar al caimán, pero él se ha vuelto contra mí. Es como si hubiera dejado que confiara en el reptil de sangre fría, para que éste me atrajese al nido de la desesperación eterna. 

Quieta, en el mismo sitio, no tengo noción del tiempo alguna. No sé cuántas horas llevo dentro de la cueva, o si quizás sólo han sido segundos. Es sin duda, un lugar infernal, aunque haga frío. Eso es otra, el agua hace que la ropa se me pegue al cuerpo, y la humedad lame mis huesos con lengua de papel de lija. Puedo mover los dedos, y los aprieto de dolor contra la roca negra del suelo. Me duelen las muñecas y las rodillas, de mantener mi peso durante todo ese tiempo. Me duele la espalda, los hombros, el cuello. 
El caimán se sitúa delante de mí, y me empuja por los hombros hacia abajo y atrás, de modo que quedo arrodillada ante él, sin mirarle la cara. Me pone una garra en la cabeza, y me toma por bestia. Dice de leer mi alma, la de un engendro inmundo, torturador. Me toma por animal.

- ¿Y tú quien eres?.- Le contesto con odio, levantando la voz.
- ¿Quién eres tú para decírmelo?.- El caimán trata de guardar calma.- Tú eres un engendro, una criatura no-humana. O eso es lo que quieres ser.
-[ . . . ]
- Eres, junto con tus demonios, una monstruosa obra de la crueldad.
- ¡Y tú eres un error de la naturaleza! ¿Tú te has visto, como para juzgarme? ¿Acaso piensas que me conoces? Tú eres más bestia que yo, no sé cómo puedes tener la virtud y el privilegio de poder dirigirte a una persona.- Yo exploté en rabia.
- Ahora vas a renunciar al imperio que tú has creado sobre y tras de ti. 
- Yo jamás he puesto una piedra sobre otra, no sé que estás diciendo.

El caimán me pasó una serie de imágenes y sentimientos a través de una red mental, una conexión que siempre tuvimos, incluso antes de habérmelo encontrado en el río. Aquellas emociones estaban socavando mis entrañas, escarbando en mis heridas, agrietando mis paredes. El castillo donde mi Ego se esconde de los demás, se estaba derrumbando.
-¡¡BASTAA!!- Pero por más que le pidiera que parase, seguía haciéndome daño.

El condenado monstruo estaba minando todas mis bases, perturbándome más de lo que nunca habría imaginado que llegaría a hacer yo misma.

PD: He de vengarme del maldito caimán, ya escribiré cómo lo hago... Cuando se me ocurra. Ya que de momento me supera en crueldad y fuerza.