7.07.2011

¿Y cuál es el precio?

En uno de los paseos por mi mente, a ver que nuevo descubría, vi una plaza con el suelo de grandes baldosas blancas, y una fuente redonda justo en el centro, con el agua clara y limpia. Justo detrás, hay un inmenso cubo blanco con una puerta de cristal. 
Entré, con curiosidad. ¿Y aquí que hay? Víi una alfombra roja sobre un suelo negro, que llevaba hasta una recepción de hotel. Toco el timbre del mostrador, pero no oigo nada, es el completo silencio. Encima del mostrador también hay un libro, con muchas páginas (aunque solo está escrito hasta la página nº17). En cada página, figuraba el nombre de una persona que conocí algún momento de mi vida, o que conozco ahora. Algunos de los nombres persistían desde la primera página y otros, en cambio, aparecían en la última solamente. Veía como el nombre de mi mejor amigo se iba repitiendo en todas las páginas desde la nº11. 
A la derecha, casi en el margen, alguien escribió el número de habitación en el que se encontraban esas personas. Miré la cantidad de habitaciones que tiene el hotel, pero aún hay muchas vacías.

En una pequeña libreta colocada debajo del anterior libro, aparece un nombre escrito en mayúsculas. "RESERVAS". Al verlo, mi cara fue de asombro. ¿Es que al abrirlo, podría saber quienes han reservado mi hotel, y por tanto, conocerlos? Pues no. Eso, aunque son reservas del destino y la casualidad, yo no entiendo esa lengua aún.

Me decidí a subir a la primera planta. Un larguísimo pasillo de paredes negras, lleno de puertas blancas con su alfombrilla roja correspondiente.  Así, todos los pisos eran igual. Nunca sabré cuántas habitaciones hay, creo que moriré contándolas. Me he decidido a entrar en la de mi mejor amigo, para ver si está él, o qué imagen suya aparece en mi mente para representarlo. Abro la puerta con facilidad, pues mi llave abre todas las puertas de mi hotel. Hay una habitación negra, una ventana que da al cielo azul, una cama blanca y un armario. Registro el armario, y se escapan letras, números y fechas, que recompuestos y ordenados, no son más ni menos que recuerdos y momentos vividos con él. Cansada, y sabiendo que en las demás habitaciones habrá lo mismo pero con otras personas, me decido a entrar en la mía. Pero en la mía no hay nada. Sólo está vacía, con la dichosa ventana y las paredes negras. Yo en mi hotel sólo estoy de paso, no me alojo ni me guardo. Sólo de paso. Aun así, en lugar de encontrar mi lugar como una sombra aparte, lo encuentro motivador. 

Y ahora, la gran pregunta. ¿Cuál es el precio que los conocidos pagan por alojarse en mi cabeza? Pues es directamente proporcional al valor que yo les doy. Por eso, si alguien decide irse de la habitación para siempre, o lo echo yo, es porque en lugar de ganar, estaba perdiendo dinero mental. Entonces, ese o esa parásito, aportó experiencias y pasó al pasado. Estas personas que ya no viven en mi cabeza son,  paradójicamente, de las que ahora me estoy acordando.

PD: Siento un artículo tan largo, un saludo.