7.07.2011

Retomando algunas cosillas...que ya continuaré.

Y aquí tenemos de nuevo al comodín de la baraja.Pero esta vez no lo tengo yo sino el destino. ¿Saldrán bien mis planes? ¿O el destino me hará una jugada que me mande para mi casa sin más cartas que jugar? No lo sé, es todo tan difícil de decidir cuando es tu rival el que tiene el comodín, y sólo conoces esa carta... Porque normalmente es el del comodín el que gana, por lo menos en mi caso. Claro está que hay que saberlo usar bien. Pero bueno, aún es pronto para jugar con la suerte, aún no me he comprado la baraja, es algo que debería ir haciendo ya. Maldita baraja, no veas si sale cara la cabrona.

Bueeno, me gustaría retomar de nuevo aquel artículo que una vez escribí, sobre un caimán y yo. Pero sólo voy a rescatar al caimán, porque hace poco se echó al río y siguió nadando. Si me hubiese quedado quieta, estancada en mi posición, como estaba en ese momento, me lo habría perdido. Pero yo, justo cuando el caimán se tiró, lo seguí. No tenía que comer esa noche, y su piel es un abrigo bueno. Así que cogí y me zambullí detrás de él. Por un momento pensé que fui estúpida tratando de cogerlo en el agua, porque probablemente me mataría. Pero no, el caimán siguió nadando como si huyese de mí.
Nadé detrás de su cola, en un río de agua verdosa y cristalina. Me empecé a fijar en el ambiente y dejé de centrarme en el caimán. ¡Qué bonitas piedras había en el lecho del río! Eran azul marino, verde, eran colores intensos y oscuros, y las algas eran verdes. Los rayos de sol apenas llegaban al suelo, pero los pocos que se colaban entre las copas de los árboles le daban al río unos puntos de luz realmente espectaculares.
Pero aún así, no había peces. El agua no estaba quieta y fluía, y el caimán seguía nadando. Por un momento lo perdí a lo lejos (¡Claro, si no me hubiera puesto a rebuscar piedras bonitas!), pero apreté el ritmo, nadé y estiré un brazo. Cogí al caimán por la cola. El animal se giró y me miró con sus ojos anaranjados y brillantes. Parecía que sonreía, con los dientes amarillos y las escamas verde oscuro. Ví como el agua se iba volviendo negra a medida que avanzaba.

Entramos en una cueva. ¿aquí vives tú, caimán?- Una parte de mí, al hablarle, me tomó por loca, pero instintivamente me arrodillé. Con las manos en el suelo y mirando hacia abajo, no podía girar la cabeza para mirar a mi alrededor. La cueva era oscura, con piedras gris oscuro y negras, pero una luz de color turquesa iluminaba desde lo alto. ¿Qué era esa luz? Ojalá pudiera levantar la cabeza...