7.24.2011

Sombra.

Hoy, hace unos minutos, estaba andando sola por la calle, de vuelta a casa. Miré hacia arriba, y una enorme palmera hacía explotar sus hojas sobre mí, inmóviles en el tiempo.Es de noche, y la farola estaba iluminándola desde abajo, de modo que la parte del haz de las hojas quedaba oscuro en la noche. Sobre mí, parecía abalanzarse y me sentí pequeñita, como cualquier animal digno de ser torturado por mi reina del caos.
Hoy no ha hecho falta que saquee la nevera para encontrar inspiración alguna, ha llovido sobre mí un poco de esa ceniza gris que me desata y me obliga a torturarme.

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Impasible, el caimán siguió deshojando mis entrañas como el que busca el corazón de una alcachofa: pequeño, joven, tierno. Sin embargo halló una coraza de madera que envolvía a mi ego. Pese a estar en medio de un terremoto, él se mantiene firme. Pero yo se lo ofrezco al caimán, mi propio ego. Lo desnudo y, a punto de dárselo pendiendo de un hilo, le escupo. El pequeño ego me mira y crece, se hace mi enemigo y me golpea con el brazo en la mandíbula. Me zarandea por los hombros, me da un rodillazo en el pecho. Pega su preciosa nariz a mi oído, y sube lamiéndome la oreja. Suspira, y me grita tan alto que mi consciencia se despierta.
Entonces mi ego mira con un desprecio incontenible al caimán. Suspira un humo negro entre sus dientes blancos, su cara es de asco. 
- Maldito animal, sucio, incomprendido. Tú eres más bestia que ninguno de los animales, eres la criatura más temible del río por tus mandíbulas. Tú no eres nadie para destruir la morada del Mal, el cuerpo de esta inútil.
- No doy crédito a lo que ven mis ojos, mi ego está en contra de todo lo que el animal piensa, mi ego me protege y me hace fuerte.- Dije yo.
- A ti nadie te ha dado vela en este entierro.- Se giró mi ego- Tú sólo me has traído aquí, a la confusión y la duda. Pero aún así, la duda más grande puede ser el reptil más estúpido.- Se dirigió al caimán.
- No soy para nada estúpido.- Dijo el animal, con una media sonrisa irónica en su cara llena de escamas- O si no, ¿por qué has salido a darme caza? ¿Te crees que no lo sé? ¿Te crees que no te conozco?

Hubo una pausa, mi ego tenía el rostro sombrío, pero para nada manifestaba rabia. Tampoco odio, ni alegría. Era una mirada vacía, sin expresión. Por otro lado, el caimán estaba con su media sonrisa amarillenta, enseñando sus poderosos y desgarradores dientes. Como si supiese de antemano que iba a ganar la batalla.

- No creo nada, perdí la fe al ver a criaturas insípidas como tú. No aguardo la derrota, ni la victoria.- Mi ego se paseó un poco por la cueva de rocas negras, mostrando su belleza y elegancia al caminar.- Puedes conocerme desde la realidad, o desde tu punto de vista. Eres un animal, pero ¿eres objetivo?
El caimán se rió y su estómago chocaba en el suelo. 
- ¿Sólo te vas a reír?- Mi ego habló con seguridad, aunque detrás tenía la desconfianza. No sabe por donde salir, si el caimán le tiende una emboscada con las palabras.
- No sólo me río, también lloro. Ah, es cierto, sólo el cocodrilo se puede tomar ese lujo. ¿Tú no lloras? ¿Qué sientes? - El caimán seguía irónico, tratando de confundir.
- No, mira. Yo, por muy ego que sea, no voy a hablar más de mí. Tú eres la duda, pero no sé de que dudo. 

Entonces, mi ego me miró, y me hizo la gran pregunta. ¿De qué dudo? ¿De qué tengo miedo? La realidad me comía con las mandíbulas del caimán, no me había dado cuenta de mí. Y el caimán quiso devorarme, lo estaba intentando. Parece que cada vez esté más y más perdida, más confusa. Pero mi ego está aquí, mirando como estoy siendo devorada sin piedad. Saco de mi bolsillo el hacha del orgullo, y con ella, le demuestro a mi ego que no soy inútil, que soy fuerte. Corto por la mitad el paladar del caimán, el cual no llora ni aun así. Me libero, y me quedo dormida en la cueva. A mi lado, mi ego sigue suspirando humo negro (quizá sea sombra) y el caimán se va desangrando, cerca de la orilla. ¿Y si con la sangre, son atraídos más caimanes? He aprendido, esta vez ya no me engañan.