4.30.2013

Mis dioses antiguos quemaron a los vuestros.

Desde siempre he estado en coma, no había despertado del sueño del que acabo de abrir los ojos. La llama mantiene mi corazón, como si fuese el calor de mi sangre que se calienta cada vez que me avivan las ascuas. Las llamas altas, rojas, vibran y se alzan como Diosas antiguas, recorriéndome las venas. Es como si portase al sol dentro del cuerpo, como si yo fuese la única pasión del fuego.

Entonces, tomo una cerilla. Y otra. Y me lleno la mano de soldados con las cabezas ardiendo. Me apetece metérmelos en la boca. O arrojarlos al aire, pero sé que si lo hago sus corazones de fuego morirán, siendo efímeros y agotándose con un breve soplo de aire. Por eso, porque la legión merece alzarse sobre lo más alto, prendo fuego a los billetes de mi cartera, prendo fuego a las cortinas, a las paredes, a los muebles. Todo arde, es precioso.
Siento que mi odio se calma, los destellos naranjas hacen brillar mis ojos. He descubierto el olor de la paz, y huele a cenizas. He ddescubierto que el fuego aviva mi alma, que en presencia de él, ella no se agota, no muere, no se reblandece, no sufre, no llora. He despertado del hambre para alimentarme con las llamas, mi piel agradece el calor y, por primera vez en mi vida, siento que pertenezco a algo, a una gran legión de soldados con cabezas incandescentes, soy la gran líder de este mundo en el que las astillas se clavan en la piel de los hombres como aguijones de fuego, y todos temen inhalar el humo que a mí me eleva y me hace feliz. Todo el miedo por morir bajo las llamas, a mí me excita, el corazón se me pone a mil cuando las llamas saltan y danzan por la casa, formando una especie de baile de luces y sombras naranjas y cobre.


Los dioses antiguos llaman a mi puerta. Hablando de ira, rabia, venganza. Calientan mi corazón y lo llenan de cenizas, y me conozco bien. Sé que ya bien podría haber dicho muchas cosas, pero mi rabia me calienta a mí y no me gusta compartirla. Por eso, cuando estoy furiosa, prefiero prender fuego a cosas que no me sirven, y convertirlas en preciosas víctimas de las llamas. El dolor se quema junto a los papeles. Me conozco y estoy muy harta de recrear alternativas en las que hago sufrir a la gente. Si mi paciencia es casi infinita y me muerdo más la lengua de lo que me gustaría, será por algo que aún no entiendo muy bien. ¿Por respeto? Me temo que sí. Por conservar un mínimo la moral, aquello que a penas me ha servido para nada desde que la recuerdo haber tenido. Mi ego ahora mismo está ardiendo helado, preguntándome por qué no dije lo que tendría que haber dicho en aquel momento. Podría haber dicho la bizarrada que pensé por aquel entonces, y esperar a ver la reacción del hombre gordo y estúpido aquel. Y de el más tonto si cabe, hijo suyo. Pero me callé. ¿Por qué? Me quise demostrar a mí misma que tengo la mismísima elegancia del fuego, y me hice de rogar. Con la mejor de mis sonrisas hipócritas, le felicité las navidades. Y sí, aquellos cerdos pensaban que me estaban salvando la vida,y siempre quise decirles que su dinero lo podían usar para correrse encima si querían. Que a mí lo que me llena es el fuego. Y a mi paso, les dejé todas las cenizas de un gran incendio, siendo el principal tema de conversación en sus abiertas bocas. Como una gran desgracia, yo moría dulcemente en sus corazones, pero el monóxido de carbono sigue y seguirá siempre en su sangre, corrupta y sin valores.