4.18.2013

Si pudiese parar el tiempo iría a morir a la arena blanca. La espuma está caliente como la sangre que recién sale del cuerpo para alimentar a las alimañas. Mis dedos se oscurecen, me tiemblan las rodillas.

Las paredes de mi habitación se desconchan, las cadenas que me atan cuelgan del techo y atrapan mi cuello y mis muñecas. Enfrente de mí tengo un espejo en el que me veo sucia, inútil, despreciable. Desearía bañarme en alcohol y prender fuego a mi piel, tras haber visto que quemar mi casa no ha sido ninguna solución.

- ¿Qué te preocupa?- Me pregunta una voz vieja como el sol. 
Vieja conocida mía, todos los años pegada a mi piel, melancolía clavada en mi espalda. Mil agujas, porque sólo soy un número, mil millones de agujas. 
- Ahora arreglalo. - Me dice, sosteniendo mis hombros con sus manos.
- No puedo arreglarlo, todo lo que he hecho ha sido inútil. No sirvo para esto.
- Ahora es cuando quieres irte.
- No, en realidad sé que no puedo tener todo, en realidad ya lo sé.

¿Y si me ahogase ahora? ¿Y si me quemase? ¿Y si me congelase? Y si tan solo dejase de pensar en ello.