9.05.2011

Mundo de ébano (||)

El rastro de las hojas que viajan en el viento, ahora reposa sobre el suelo liso del bosque. La brisa se detiene. Al avanzar, no levanta polvo. El cielo que me vio nacer es pequeño a su lado. El astro que un día hizo el favor de iluminar mi inocente vida ahora tiene el honor de aprender de su luz. Ante esta pobre loca está el dios de aquel mundo de ébano.
Por un momento olvidé mi imperio, mi reinado, mi atmósfera colmada de placer y dolor. Abandonada por mi ego, perdida en el corazón del bosque de ébano, tirada delante del palacio de un dios, me sentí como la principal ofrenda de un sacrificio. Y aquí estoy, vulnerable y frágil, ante la mirada de un dios.

El hombre pasó con cautela por mi izquierda. Yo miré a la derecha. Entonces él me miró a mí. Yo fui a mirarlo pero ya no miraba. Es como si evitásemos cruzar una palabra. Y mi orgullo intentó levantarme del suelo, pero sólo pude ponerme de rodillas. El dios me miró por fin a los ojos, su juicio fue el de un niño.
- No eres de aquí, ¿qué buscas?
- No buscaba nada, señor. En realidad me dedico a ir encontrando, guardando y tirando.
- Eres una caza-recompensas o algo así, supongo.
- En realidad yo...
- Pues entonces largo.- No me dejó terminar la frase.- Aquí no hay nada de valor.
- Sí que lo hay. Cada ébano joven vale una fortuna en un mundo que conozco, su propia corona de ébano y esmeraldas podría comprar toda una legión de soldados.
- No necesito ni la fortuna ni la legión, no me interesa vender nada.
- De hecho no me ha dejado terminar. No soy una cazatesoros ni nada por el estilo, sino- el dios hizo un esfuerzo por no interumpir.- que guardo recuerdos y experiencias. La mejor riqueza es morir sabiendo que he exprimido todo lo que podía conocer. Sin embargo, la muerte es impredecible y además limita el tiempo que tengo en la vida para conocer todo...
Pero al Dios de ébano parecía aburrirle el anhelo que yo tengo por aprender de la vida. No sé de qué podría yo servirle, ni hablarle. En qué estaría pensando el pobre hombre mientras yo hablaba. Pero cuando me callé, me dí cuenta de que escuchaba. En un momento, se oscureció el bosque. Se oyeron truenos y se vieron relámpagos. Era el turno de la lluvia para dar vida al bosque. Las gotas fueron cogiendo fuerza, y me quedé mirando al cielo como el que nunca ha visto llover. Una mano me arrancó del suelo y me obligó a correr por el bosque hacia el palacio. El dios encendió una luz amarilla que parpadeaba y era tenue, una vez dentro. Se oía la lluvia salpicar las esmeraldas de las ventanas.

Mi pelo estaba empapado, y yo estornudé humo negro. La reacción del dios fue asustarse. Yo había cogido un poco de frío y el pobre hombre pensó que me había entrado algo malo. Entonces quiso que me quitara la ropa, y yo habría accedido con mucho gusto si no me hubiera abandonado mi ego. Así que él me trajo una manta gris y me la dio.
- Perdona que le cause molestias...- Me disculpé por una vez en la vida.
- No es nada, pero ¿estás bien? Lo digo por el humo negro.
- Ah, no es nada. Soy la Diosa del mundo de los diamantes oscuros. De vez en cuando me pasa eso...

Miré al que realmente había cogido frío. Estaba al lado mía en el sofá, seguimos hablando un poco más. Recuerdo que vino un trueno, luego se oyó... Se fue la luz tenue, y nos quedamos a oscuras. El dios me pasó un brazo por encima, yo puse la cabeza en su regazo y nos quedamos dormidos bajo la manta gris, escuchando la lluvia fuera y el silbido del viento entre los árboles.