Estrangulando el tórax, el dolor sonríe a la muerte con complicidad. El corazón, envuelto en un paño de suave seda púrpura, late con temor, como si se tratase de la mejor batería del mundo. El ritmo inigualable nos hace mover la cabeza.
Por otro lado, la sal del mar salpica los ojos, las bocas se curvan y arrugan mostrando entre los dientes la peor de las pesadillas. Los ojos salados escuecen en el alma, la cara en una expresión fatal.
Y es entonces, cuando el alma que ha reído, ahora llora. Las manos de la justicia fueron cortadas ya hace mucho tiempo, los rosales podados no dejan crecer nuevas rosas. Los capullos que quedan, van cayendo uno a uno, pero el último y más oscuro de todos, cuelga en tensión por el cáliz. Débil y marchito, sin color.
¿Y por qué todo el mundo va a llorar cuando alguien se va? Yo no lo comprendo. Por favor, dejen de consolarse entre vosotros, hablando de paraísos del bien ni porras en vinagre. ¿De verdad se creen eso? ¿De verdad que hay alguien en el cielo que cuida de ti, y que cuando tu cuerpo muere, viene a llevar tu alma al mejor sitio de todos los tiempos?
Yo no. Que absurdo. Si nadie tiene en cuenta mi ser completo, ¿quién se va a apiadar de mí? ¿Quién os hizo creer esto?
Pero sé que algún día crecerá un árbol sobre el cadáver de cada uno de nosotros. Quiero asegurarme de que la gente sea más consciente de la necesidad de las plantas en el mundo, y si crece sobre nosotros una cuando muramos...
A mí me gustaría que me enterrasen en los pies de un roble.
Pero es sólo esto, retomando un poco la breve idea de antes. ¿Por qué llorar cuando alguien muere? Se supone que sabemos que nada es infinito. Ah, claro. No volveremos a ver al sujeto que perece. Bueno, pero en tus recuerdos ahí le tienes... Es compleja esa nostalgia, recuerdo, añoranza... Quizás impotencia, de no haber podido hacer nada ante un accidente letal, quizás alivio cuando una persona ha sufrido mucho. Yo que sé.