Dentro de una carpa, se enciende una luz que enfoca al centro. Los rostros inquietos del público, tras las rejas que separan las gradas del escenario. Las pipas cayendo al suelo, el rumor callado de la gente prestando atención.
- Y aquí está el Dragón de Trescientas lenguas.- Dijo el jefe, vestido de manera ridícula.
El sanguinario monstruo imponía respeto. Su piel, curtida y rojiza, sin brillo. Parecía cansado, detrás de tantas exhibiciones. Siempre que había intentado escapar, le habían soltado una descarga electrica. Y ya le sedaban en pequeñas dosis a la hora del espectáculo, para que "obedeciera" y no echase todo a perder. El monstruo estaba triste, reprimido. Entonces yo vi cómo mi compañero tenía que hacer peripecias con la lengua que tenía cortada en trescientos pedazos, y cómo se tenía que tragar todas las trizas de los sueños que se habían ido rajando en cada latigazo, en todos estos años.
Una noche más, tuve que curarle las heridas, pero esta vez sería distinto. Después de llevar planeándolo, hice que la jaula se tumbase cuando íbamos en carretera, cerca de un lago. Abrí la jaula. El Dragón me dió las gracias, y me subió sobre él. Echó a correr por la tierra seca hasta que llegó al lago. Se hundió unos minutos, y salió. En la carretera, todos se habían parado. Buscaban a mi compañero, con potentes máquinas eléctricas. Y una escopeta en la mano, para darme caza. El Dragón no tiene alas, pero sí que puede echar a correr. Fue por esa malformación que lo capturaron.