9.05.2011

Untitled.

El escalador de líneas se ha caído entre los renglones de una frase, el espacio vacío entre las palabras es el que mejor define al texto. El escalador es muy pequeño, diminuto como un punto. Pero su comprensión es tan grande como la inmensidad de páginas por las que se ha perdido. Encontró laberintos y nudos que se enredaban, y ataban sus brazos a la angustia. Mientras el escalador leía, las palabras devoraban su corazón de papel. La tinta era su sangre, los borrones su desamparo. Busca la verdad en cada hilera de sílabas, busca la tranquilidad y el sosiego bajo la sombra de un espacio en blanco.

El escalador sonríe cuando empieza una montaña, y llora cuando la corona con su bandera, en el final. El escalador anhela un nuevo Everest, lleno de tensión y dolor, lleno de sorpresas. Pero todo está firmemente escrito. No quedan montañas que el hombre no haya nombrado, no quedan ilusiones en el tintero. No queda esperanza bajo la piel del escalador, la fe está más que extinta en el aire de sus pulmones. Pero el escalador se acuerda de sus primeras colinas, por las que subió sin miedo y con ayuda de un guía. El escalador revive cada libro en su cabeza, cada imagen en su mente, cada palabra en su corazón. Entre líneas cae el hombre, intentando comprender una última gran montaña. Pero el escalador está cansado y no tiene fe. Esa última montaña es más grande que las demás, hay prácticamente una igual para cada cultura. El escalador siente unas frías hojas escritas, los renglones más antiguos y más torcidos de todos, son los que construyen esta montaña. Pero la montaña Última no ha sido nunca coronada por nadie, y el escalador sabe, que será la montaña de la incomprensión y de la duda. Aún así la escala, y se da cuenta, de que no se equivoca.