9.05.2011

El viejo Sol.


- Sinceramente, Dios, yo no te quiero. Eres el padre con el que no hablo, me pongo cerda sabiendo que "en el cielo" hay alguien que me observa. No he ofrecido nada ante tu altar, mi virginidad se la dediqué al diablo.
Y hoy te quiero contar que la vida se me queda corta, que soy feliz desde que perdí la fe. ¿Por qué? ¿No se supone que Dios ama a sus hijos? Yo soy tu puta bastarda. ¿En qué piensas? Quiere a los que te quieran, que de mí sé cuidar sola.

-

Cuando me vestí de niebla espesa, el traje pesaba sobre mis hombros. La humedad tocaba hondo mis huesos y los lamía como un perro. El sol no calentaba ya, estaba frío. Se cubría en un cielo canoso, el suspiro del viejo cielo era gélido y débil.
El niño nació sobre la playa de arena blanca, el mar corinto lloró sobre su cuerpo. El anciano sol con sus temblorosas manos le dibujó un ombligo en la barriga, con cuidado posó sus dedos en la frente de la criatura. La piel, aún con restos de su madre, se mantenía cálida bajo el anciano sol. Pero el cielo se cubrió de luto, y una espada curva congeló el cuello del viejo con su hoja.
En el silencio de la noche, el niño desnudo extendió sus tiernos bracitos a una madre blanca. El niño juega con su pecho, se ríe y llora. El niño no sabe hablar, no sabe cantar, no sabe amar, no sabe abrazar. Tiene hambre. Pero sabe que el sol viejo duerme, así que cierra los ojos junto al mar corinto. Entierra sus manitas en la arena, escucha el lenguaje de las olas sin entender palabra alguna. Se rinde al frío y muere esperando a su viejo y tibio sol.