9.13.2011

Prefiero quedarme.

Las aves de un mundo ardiente están cubiertas de nata negra, los peces tomaban el sol en la superficie de los lagos y ahora se les acumula nieve gris en sus lomos. Los árboles retorcidos y sin hojas se esconden del sol, y muestran sus corazones, abiertos por la mitad. La alfombra roja hacia nuestras casas, como una lengua hirviendo que se desenrolla. La Tierra nos dá la bienvenida. Y para entonces, no podremos quitar la mano.

-

Lloviendo, y con movimientos lentos en el intento de correr, me dirigía a un lago. Toda la humanidad estaba en ese lago, era el más profundo. Un barco negro contenía a miles de personas, en el agua había unas cuantas. Y como todas no cabían en el barco, mandaron a construir un bote y dos lanchas acuáticas. Yo no quería abandonar el lago, es el Lago donde quiero descubrir lo que nunca nadie ha visto, lo que siempre todos han pasado por alto. Salté del gran barco negro y me sumergí en el Lago. Las personas, como objetos de diferentes tamaños, todas con cuatro prolongaciones y una cabeza, me parecían penosas y sombrías. Se peleaban por subir al barco grande, y no al bote. 
-¿Qué más dará uno que otro? Si van a irse del lago igual...-Pensé yo. 
Yo cogí una lancha, o más bien la robé. Le dí al motor, hacia la montaña que había al fondo del lago. De ella, caía una cortina de agua espesa y ruidosa, lisa como una pared. ¿Habrá algo detrás? 
Para no arriesgar, en lugar de estrellar la lancha contra la cascada, la paré. Me bajé de ella, y buceé hasta el fondo casi del lago. Crucé por detrás del muro de agua, era más grueso de lo que creía. Me costó un poco atravesarlo mientras aguantaba la respiración, pero no fue en vano. Cuando saqué la cabeza fuera del agua, medio asfixiada... Ví una pared de roca. Y una muesca de piedra blanda, de la que puedes sacar con los dedos. Hurgué con las uñas y la piedra caía a pedazos. En el centro de la pequeña muesca había un apón rojo de corcho. Metí el dedo índice, el anular y el pulgar. Saqué el objeto sin esfuerzo. Quedó un agujerillo de luz débil y casi apagada. 

Asomé la nariz por el agujero. Vi un río tétrico y oscuro iluminado por la pálida luz de dos antorchas que parpadeaban como el triste corazón de un moribundo. Seguí quitando las pocas piedras que podía retirar del muro, la sangre y el polvo se unían debajo de mis uñas. ¿Quien más ha visto esto? El agua del río era turquesa oscuro. Aunque yo sólo oía la cascada tras de mí, me pareció percibir un eco. Con algo de miedo, y el resto de curiosidad, metí la mano por el agujero en la pared. Lentamente recorrí las paredes del boquete que yo acababa de abrir, se caían algunas piedrecillas mientras lo hacía. Hasta que palpé el otro lado del muro. Sólo podía torcer la muñeca ya que el agujero era profundo como casi mi brazo entero. El otro lado del muro estaba húmedo, tenía verdín y crecían pequeñas enredaderas. Saqué la mano y la limpié un poco. Luego, empujé el muro por la parte delgada, y se desmoronó todo lo que yo había cavado sobre la piedra. Ahora el agujero era tan grande que podía meter medio cuerpo por él. Sin pensarlo, me metí. Las piernas se me quedaron medio volando, aún a ras del suelo. Miré, y de derecha a izquierda, el río se prolongaba ancho y profundo.

- ¿Hola...?
Escuché mi inocente voz rebotando varias veces contra mí. Suspiré.
- Hola.

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