10.23.2011

El triste y dulce lamentar.

Paseando por el fino bordado negro de la carretera, bajo la luz tenue y blanca de las farolas... Las luces se escondían en la sombra, y pasó un pequeño montón de hombres enchaquetados de negro, con habanos en la boca. Gordos, opulentos, con los párpados morados. La piel gris y la mirada de indiferencia.

La mano suave de la noche, paseando sobre dos dedos por la carretera, va dejando tras de sí humo negro, lágrimas, desaprobación y chistes hirientes. Como un cuchillo, raja el vientre del día y la noche nace cubierta de sangre, muerta.

¿A dónde estamos caminando? Estoy entre el grupo de hombres gordos. Que conducen delante y por obligación, es por el motivo que caminan. ¡No! Detente. El coche está atrás, aún no ha pasado. Si vamos por delante de todo, antes de que pase... No, no. 

Me voy fuera del camino. La luna no existe, se perdió en un infinito sin límites. ¿Y ahora a quien voy a dibujar? Si, oh, tú, mi Luna, eras mi musa.
Pues al Mar. El mar que lame mis pies, el mar que me llama con el canto de sus sirenas. Pero, no hay mar. Se ha evaporado en éste cruel y frío calor de la noche.
El sol viejo y arrugado ya sin luz en sus mejillas. Tan blanco, vampírico, ¡oh! su rostro demacrado. No, el viejo sol no está vivo ya.
Mi ego, ¿dónde estás bonita? No te encuentro ni detrás de los espejos. Miro, y miro detrás de una sombra negra, pero no estás. ¿Por qué no me veo en el espejo?
Ni un violinista se ha ahorcado en una farola desde hace meses. Ni un triste tigre ha sentido hambre de trigo. Ni un puto ramo de flores negras y secas ha aparecido decorando un vaso de triste y amarga lejía.

Pero, oh, aquí está la fuente de la que brota agua limpia, pura y fría. En la superficie, flotan las mejores plantas que he visto nunca. Los chorros de agua son transparentes, y esa sensación de paz, donde todo el dolor desaparece. Como en la fuente del Danubio, aquella fuente nombrada por Till Lindemann en Donaukinder. Donde todo el dolor desaparece...