Encerraron en una habitación ridículamente amplia a una niña pequeñita. La sala, sin puertas ni ventanas, tenía una única entrada de luz, la más amplia: no tenía techo.
La niña pequeñita fue sacada de esa habitación, la niña no había crecido en los cuatro años que estuvo encerrada en "aquella jaula blanca". Y como una pequeña paloma que está aprendiendo a volar, ella quiso entremezclarse entre las demás palomas grandes.
Nadie le enseñó a volar junto a ninguna otra paloma. La niña, que quiso aprender a hablar con la voz de su interior (esa que a todos nos cuenta algo, esa que nos regaña cuando hemos fallado, esa que nos da tirones de oreja, esa voz que despierta la melancolía), acabó hablando con los folios blancos. La tinta negra de los bolígrafos "Bic" se gastaba en el papel como lágrimas caían en sus brazos mientras dibujaba.
Y la niña creyó en sus folios más que en Dios, que sólo le prometía lo que nunca daba. La niña dejó de creer en los demás, porque ella veía que nadie tiene porqué contarle la verdad a nadie: ella sólo se la contaba al folio.
Luego, decidió ser más sincera y contar un poquito de sí misma al papel humano. Pero ¿recibía lo que daba? ¿O sólo recibía más mentiras?
No tengo ganas de seguir viviendo con la niña pequeña tirándome de las costuras del pantalón. No quiero que me llame y me diga "¿Te gusta lo que he hecho?" cuando aunque en sus ojos esté la satisfacción de haberse desahogado, en el folio estén atrapados para siempre los motivos de sus lágrimas.
Porque en realidad, el folio se acabó convirtiendo en mi única creencia, esto es lo que hay dentro de mí, sólo hay que des-doblarlo. No hay una tía debajo de una luna, hay una tía gritándole a la figura de la Luna, que representará alguna otra cosa. No hay un dibujo, lo que realmente es, es un ladrillo de "El folio de las Lamentaciones".
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