En la parada de autobús, abrí el paraguas. Las gotas de granizo golpeaban con fuerza la tela.
- Toc, toc. - Decían, como las sensaciones a la vez llamaban a mi puerta.
El paraguas firme, tenso, hacía rebotar las bolitas preciosas de hielo que, como diamantes, brillaban en mis manos. Mis uñas, húmedas, mis dedos congelados.
El autobús pasó y me empapó. Adiós paraguas, ya eres inútil. Dejé pasar las sensaciones a mis venas, dejé que el granizo calase mi ropa. Pero no era frío. Era tan cómodo, parecía que levitase hacia alguna parte totalmente opuesta a mis deseos.
¿Qué había en la sombra de mis deseos? ¿Quién se escondía? Mis deseos en el espejo seguían siendo mis deseos. Atravesé el espejo, el cristal, el hielo. Metí hielo en mi corazón. Éste, como una esponja, lo absorbió derritiéndolo.
- ¿Qué ha pasado con tu corazón de piedra, frío e inerte, Mar?
- No lo necesito.
- ¿Y qué ha pasado con la "corteza" de madera que construíste?
- Se hizo árbol y ahora nace vida de él.
- ¿Por qué tanto cambio, Mar?
- Pues no lo sé, querida charlatana invisible. Sólo sé que hoy sopla el viento a favor y cruzo un mar sin caminos, en el que todo está sujeto al cambio.
- Vaya camino más inestable.
- No es un camino. Es un tour por el Mar, nunca me bañaré en las mismas gotas de agua. Báñate desnuda, amiga. Hoy delante mía no tienes porqué esconderte detrás de mí. Quiero verte desnuda, nadando y saboreando esta sal que sólo ahora en este momento vas a tener la oportunidad de probar. ¿Te apuntas?
Entonces mi ego se zambulló con el pelo suelto, las heridas le escocían un poco y al sol se veían en su piel las huellas de otros tiempos. Le abracé.
- Si quieres, ódiame. Pero siente, cariño, como no todo es posible por ti.
Regresé a la realidad, me estaba mojando y había hielo. Y en mi cara congelada y entumecida por la escarcha del más frío invierno, dibujada estaba una sonrisa más blanca que la propia nieve.