La fuente de la codicia llama a nuestras puertas. Los borbotones de deseo salpican, incluso nos entra la sed de beber del fresco chorro. Pasan tres horas volando como blancas palomas sin mensaje, vacías e inertes, ante mis perdidos ojos. Llega la hora de abrirlos, despertar, para volver a dormir cuando los cierre.
Y allí, en la fuente de la codicia, fue donde hundí mis manos queriendo tocar el profundo fondo, buscando los minutos arrojados como monedas, a un pozo de los deseos. Busqué todos esos minutos que he perdido en dos días. Todos estos minutos inútiles, de los que no puedo extraer jugo ni provecho.
El agua de la fuente es fresca, brota vida en cada chorro. Me lavé rápido la cara, queriendo despertarme rápido y aprovechar al máximo el tiempo que pasaba en su presencia. Con los ojos húmedos, por el deseo vivo que nacía de la fuente, ví la luz. Pude ver como las palomas volaban alrededor, todas ellas blancas, limpias, puras.
Pero la fuente de la codicia sólo me entrega pequeñas dosis de agua, tuve que irme a mi hogar, a contemplar las palomas monótonas y tristes de nuevo, por una ventana que no entra luz. Acordándome del rumor del agua en la fuente, de aquella visión de la felicidad. Y me queda aguantar hasta mi próxima porción de felicidad, entre medio de este triste estrés diario, que me abarca desde que me levanto hasta la hora de la siesta, y luego desde la hora de la siesta a la hora de acostarse. ¡Y así estoy, dormida!
Persiguiendo las palomas que he perdido estos días, en los que ni bebí de la fuente de la codicia, ni le entregué minutos, ni me lavé los ojos, ni vi la felicidad, ni la belleza bajo sus aguas profundas.