5.03.2012

Alfombra Roja

Evadiéndome de un mundo tétrico y chirriante...

Hace tiempo alguien me preguntó que qué era para mí la felicidad. Coherencia. Y ser consecuente. Me doy cuenta de que el mundo en el que vivo no es el ideal para que yo sea feliz, entonces. Las apariencias importan tanto. Tenemos que ser y que tener, ha de haber una barrera que aniquile una verdadera visión de quienes somos de verdad. 

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La bola de color nácar se resquebrajaba. Perdida en un bosque, emitió un destello místico y débil en medio de la noche. Nadie supo qué fue aquella primera llama. Los humanos que quisieron acercarse fueron fulminados con ascuas. El silencio del bosque daba realmente miedo a quien conocía esas historias. Bosque, bosque quemado. Allí había nacido una criatura de un huevo de color nácar. 

El miedo y la rabia se conocieron en el corazón de la criatura. Se dio cuenta de que el Hombre había perdido la inocencia para siempre, que rezaba y suplicaba a un Dios para luego hacer lo contrario a lo que éste les dictaba. La criatura vio que no podía rendir culto a alguien que no compartía su tipo de valores.
La Luna, roja de Ira. La tortura se encarnó una vez más en el cuerpo del Hombre, que fue a darle caza. La criatura, asustada, volvió a escupir fuego por su pequeño morro escamoso. El Hombre quería sus pieles de lagarto para crear joyas, el Hombre le haría daño - pues no venía a otra cosa-. Todos querían saber qué pasaba en el bosque quemado, y el Hombre se encargaría de resolver el misterio.

Y allí estaban, el Hombre y el Dragón, uno frente a otro. Dragón, fiel a su honor. Hombre, fiel a su omnipotencia sobre todos los demás seres. Nadie podría explicar exactamente qué pasó. Ambos cuerpos chocaron silenciosamente en la imaginación del Dragón. El Hombre herido vagaría eternamente arrastrando su dolor. Él vengaría al Dios del Hombre, ignorado y maltrecho en un mar de valores que ya tan sólo servían para dar un carácter de nobleza falso.

Ira, inocencia, miedo, silencio, libertad, tristeza, oscuridad. Todo latía en las sienes del Dragón. Finalmente el Hombre lanzó una espada, que se hundió rápidamente en su corazón. No había Bosque para los Dragones Nobles, no había luz para los que ya la tenían en su corazón. No había sitio en el mundo para un Dragón de Honor Medieval, que basaba su honor en la pureza del corazón, al igual que el marginado Dios de los Humanos.

La sangre teñía el paso del Dragón haciendo de su huida una gran gala de despedida sobre una alfombra roja.