5.02.2012

La órbita del Caos

Antes he comido un bocadillo de atún y lechuga. Tenía algo de cebolla. Ahora me estaba limpiando las migas que se habían quedado en las uñas. Estaba pensando en algo muy malo, como las mentiras, pero peor.

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Es cuando la Luna abrió los ojos, complacida por el calor del Sol en su espalda. Sin verle, ella creía que podría verlo en cuanto se girase. Imaginó muchas veces que se giraba y le veía la cara, pero en realidad no ocurrió así.
La Luna giraba en el frío del espacio exterior, giraba persiguiéndose la cola como un perro estúpido. Creyó que todos los astros eran igual que ella, blancos y brillantes. Claros. 
Pero, no. No todos los astros eran iguales. El Sol que ella tantas veces había imaginado estaba allí calentándole la espalda. De nuevo. Entonces ella se giró, en busca del rostro del Sol. Pero no vio su rostro. Vio un círculo negro, y un pedacito de Sol. El círculo tapaba la expresión del Sol, y ella creyó que era algo puesto en medio de los dos. Ella creyó que entre el Sol y ella tan sólo había otro astro, pero que aún así estaban unidos. 

Se equivocó. El astro negro, como una gran mentira, tapaba la expresión del Sol. Y la Luna entonces se acordó de porqué ella siempre escondía su cara. Se dio cuenta de que había estado girando todo el tiempo en torno a ese astro, a esa gran mentira, y que realmente el Sol calentaba a la mentira, como el que alimenta una alimaña. La Luna no encontró fin a su decepción, volvió a mirarse a sí misma. Su cara. Nunca había visto su cara. La del Sol parecía enfadada, o molesta, aunque no distinguió bien la expresión por aquella mentira. Pero ¿su cara? Siempre oculta, se sintió imbécil por creer en algo distinto de sí misma. Muy imbécil. Su semblante taciturno dejó de mirar a la mentira, cerró finalmente los ojos y se dejó llevar suavemente en la órbita del Caos.