Se está liando. Los bajos hacen vibrar el suelo, y la batería se siente en el pecho. Ahora llega el estribillo.
No puedes evitarlo, la cabeza se mueve sola y tú también tienes ganas de gritar con ellos.
Cuando escuchas esas voces, sabes que son hombres bien hechos, de los que saben gritar y sentir el ritmo en sus venas. Y ya sabes. Están ahí sudando, dándolo todo.
Entras en la habitación, supongo que antes de que llegaras estaban practicando. Y los ves. Dos van a por cerveza fría, el otro se tira por ahí. Y tú te quedas en frente del único que queda. Te acercas. El olor a sudor, la piel brillante, los ojos furiosos. ¿Estará sudando igual por todas partes? El sudor es un buen lubricante. Te acercas, despacio, dejándote embelesar por el ruido. Muerdes la piel. Salada, húmeda.
Empiezas a acariciar los hombros y a morderle el cuello. Retiras el pelo de la nuca, tiras de él suavemente hacia abajo. Su mirada firme, fogosa, se clava en la tuya. No te va a negar nada. De sus labios sale una sonrisa perturbada. Sabe que has venido a por más.
Le gusta que le desvistan. Aunque esta vez sólo tiene unos pantalones vaqueros. Le quitas el cinturón rápidamente, y le desabrochas el botón casi arrancándolo. Su vientre está húmedo, y firme. Sabes que te encanta esa especie de "V" que se le marca, pero te gusta más aún lo que hay más abajo. Tienes ganas de encontrar esas piernas morenas, y subirte con prisas, cabalgarle, empujar fuerte con tu cuerpo hacia abajo para sentirle bien dentro. Tienes ganas de oirle respirar fuerte, tienes ganas de sudar con él.