Aquí guardo una vida, en el fondo de los pozos. Ésta es mi guarida, para esconderme de los destrozos. Oscuro, pero os juro que veo luz en la salida, que si me quedo aquí es por jugar con la sonrisa of the son of sun.
En el llavero de mis ideas no hay ninguna llave que abra la felicidad, por eso dejé la puerta abierta a todos los que quisieran entrar, a ver si me la traían. Uno, me trajo la tristeza. Otro, el dolor. Luego fueron pasando el amor al fuego, al agua, al viento, a los árboles, a la noche. Pasó también el odio, con una linterna de luz blanca. El miedo pasó y se ocultó en los rincones de mi casa. También llamaron al timbre la agonía y la desilusión, acompañadas por la ilusión y la esperanza. Entraron todos los que cupieron, y en la fiesta no hubo alcohol. El miedo tuvo miedo, se fue temprano y solo. El amor se marchó con el odio, ambos se sentían atraídos (gracias a la adrenalina- que hizo de Celestina). La ilusión se fue después, porque tuvo una disputa filosófica con el optimismo, que a su vez se marchó porque lo sedujo la tristeza. Más tarde, ambos crearían un ser, y así dió a luz la tristeza al pesimismo. La oscuridad dió a sombra, para crear al caos.
El dolor y la desilusión se fueron de mi casa, indignados. Pasaron las horas y finalmente se quedó la crueldad, barriendo el polvo hacia fuera y el rencor hacia dentro.
Cierro los ojos y escucho a silencio. Sus palabras me hacen pensar todas las noches. Preocupación a veces me visita acompañada de mis problemas, y ambas me agarran fuerte y con un cuchillo, me separan en dos almas: La negra y la gris. Esta última, antes fue blanca, pero se manchó del carboncillo que dibuja mis ideas.
Tenía un trato especial con mis manos, creadoras del universo. Todo el mundo que me rodea está formado con mi mente, y luego vidas aparte. Y bueno, ésta es mi casa, mi escondite, mi dispensador de café para las noches frías. Puede que no entres nunca, pero te invito a echar una partida de cartas- de la baraja española. Mi mente está hambrienta de otras mentes más abiertas, y no se cansa de escuchar la misma rocola.
Probablemente puedas probar los pasteles que precisamente acabo de robar. Aún si no, también te invito. Soy hospitalaria. Y después caníval.


Pero felicidad no llamó a la puerta, ni entró jamás. Dejó una carta en mi buzón: "Me escondo en la risa de un instante, cuando el agua de la orilla toca tus pies, cuando la tristeza se haga luz para tu mente inquieta..."
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