Es curioso. Esta mañana iba pensando en muchas cosas que poner aquí ahora, pero se me han desbaratado todas. Como si fuera una baraja de cartas: aparece la típica carta que te dá la oportunidad de la jugada perfecta, pero va tu compañero de al lado y gana con una porquería de juego afortunado.
Y esque todo lo que ideo por la noche, a la mañana me levanto con algún impedimento para llevar a cabo mi plan y tengo que reconstruírlo sobre la marcha. Al final queda bien y todo (vamos, ¡y tanto!) pero no como yo tenía pensado. Eso me lleva a preguntarme: ¿por qué planeé todo, si al final acabo haciendo otra cosa que me parece mejor en el último momento?
Siempre me ha dado coraje esa indecisión mía... Estar tan segura al principio, pero por el motivo x, decido hacer otra cosa totalmente diferente cuando llega la ocasión. Podría decirme a mí misma que soy impredecible, pero no es verdad. Solo desvarío mucho.
¡¡Aaah!! Eso, eso, ya me voy acordando. Pensé en mi situación como la de un alma en una selva, al lado del río. Con un solo caimán en la orilla, y nada más. Estamos yo y el caimán, el cual es fuerte. Su tranquilidad me inspira mi tranquilidad, y su fuerza me recuerda mi debilidad si realmente estuviera cerca. Pero el río nos separa y el agua corre. Tal vez sea sólo un caimán de todos los que habrá y hubo, pero es ése caimán, al que prefiero confiar mi muerte.
En definitiva, esperar es para nada, ya he visto como perdí mi jugada de cartas. Llego a la conclusión de que debería haber jugado las cartas buenas cuando ya eran buenas, y no haber esperado a la jugada maestra. ¿Pero ya qué hago? Barajar de nuevo, y hacer uso de mi nueva táctica: La improvisación.