-Porque Dios existe. O más bien, todos los dioses existen.
-¿Por qué?
- Imagínate a Dios.
- Ya, si me lo imagino, pero eso no quiere decir que exista.
- Si eres capaz de imaginar a Dios, es que existe, aunque sólo sea en tu mente. Luego es imposible ser ateo.
-Pero Dios no ha hecho nada por mí, ni lo he visto.
-¿Has visto un unicornio?
-No.
-¿Y cómo sabes que no lo has visto?
- Porque nunca he visto un caballo con un cuerno.
-Pero te lo has imaginado. Si te lo has imaginado, es porque existe.
-Sigo sin entender.
-Bien, inventemos otra cosa. Un Escolopodro. ¿Qué es eso? Una rana con tres patas. ¿Te la has imaginado? Sí, ¿verdad? Antes de que dijera Escolopodro, no te la imaginabas. Ahora no puedes dejar de pensar el ella. Luego Escolopodro existe. Aunque sólo sea en tu mente. ¿Entiendes?
-Tú lo que estás diciendo es que Dios sólo existe porque nos lo imaginamos.
-Así es. Y en función de lo que imaginemos, influirá en nuestra vida de una manera u otra.
Yo lo que me imagino es que pienso en un Dios el cual sólo está en mi cabeza, como si fuera un dibujo sobre una pared. Dibujo el cual ni habla, ni produce, ni crea ni destruye. Fue creado a partir de lo que el hombre considera perfecto. Y bien, ¿ahora eres capaz de negar que existe Dios? Si no existiera, no estarías pensando en él, al igual que cuando no existía el Escolopodro, tú no pensabas en él.
¿Cómo vas a ser ateo? ¿Cómo vas a creer que no crees en nada?