1.20.2013

I tried to walk in your shoes and it came to my mind.

Muros de piedra de un antiguo castillo. Precioso y fuerte, glorioso y firme, se levanta sobre unas ruinas malditas. Bajo las pesadas murallas de gloria se esconden laberintos con trampas envenenadas.
El Rey del castillo, que no dios, se sienta en su trono una vez más. Cree que ha vuelto a ganar la guerra. Sin embargo la maldición está por encima de ganar o perder. 


El Rey recuerda la batalla de su pueblo, todos sus soldados fueron derribándose uno a uno, cayendo en vano en el campo de batalla. La fachada de su castillo intacta, su moral se derrumbaba. Al final tuvo que recurrir al soborno para ganar la Guerra, y como su primo el Rey Midas, pensó que lo más importante era el dinero. Y las mujeres, por supuesto, ya que para él eran objetos.

Todo extranjero que se encontraba con el castillo pensaba lo que la fachada del rey sugería: "Qué importante debe ser este reino". Los guardias paseaban tranquilos de puertas de su casa hacia fuera, proyectando en los ojos de los habitantes un estado de bienestar y prosperidad. Cuando éstos señores encargados de la seguridad del castillo entraban en sus casas, engañaban a sus mujeres con otras mujeres-objeto, levantaban la mano a su esposa e hijos, y se creían los reyes de su pequeño mundo.
El Rey creyó en las apariencias, confió en ellas. Pero llevaba una armadura de guerra, que lo atrapaba y se movía por él. El monarca dejó que la armadura le llenase el cuerpo de ira, orgullo y vanidad, y su pobre corazón empezó a hacerse pequeño y podrido en su pecho. Quizás cuando se quitase la armadura, la cual llevaba cada vez por más tiempo, sintiese las llagas del miedo en su piel. 

No mucho tiempo atrás, el veneno se escapó del pozo, y el humo empezó a filtrarse por el suelo y las paredes. Con los pulmones del rey no fue diferente.

Y aquí entro yo en la pequeña historia del Rey, que se creía importante gobernando el pequeño reino de su vida y manejando dinero, ya que no podía manejar a las personas. Discursos políticos, mentiras envenenadas, sonrisas hipócritas. Y yo, la gran Diosa, que no reina, de mi gran mundo interior. La gran reina de sonrisas, hielo y fuego. Quise intentar curar el odio del Rey, convertirlo en una persona sana mentalmente hablando, pero el veneno que su perdición había inyectado en su sangre le está corrompiendo más y más, hasta que quede hecho ruinas al igual que los cimientos de su castillo.

Lo que el Rey no parece entender es que todos somos reyes y dueños de nuestras vidas, conscientes de lo que queremos y de cómo lo queremos. Algunos más inteligentes que otros, algunos quedan más en ridículo (plantandose en casas ajenas amenazando con lágrimas en los ojos) y otros quedan en estima. Algunos con sus actos hacen que se les pierda el poco respeto que se les tenía, y otros demuestran con su frialdad que realmente nada les tumba. Algunos aceptan rápido las desgracias y es como si nunca hubiesen recibido ningún palo, y otros hacen de un simple corazón roto una vida hecha añicos. Pero todos tenemos en nuestra mano el dedo que elija nuestra voluntad y seleccione lo que más nos haga felices o nos convenga. Y si realmente hay algo que realmente me guste en mi cuerpo, son mis manos.