7.26.2011

Después del cabreo que tenía ayer, hoy me he levantado la mar de tranquila. Escuchando la canción de Heirate mich, que me gusta. Y hablando con un inglés. No recuerdo quien era ayer para cabrearme así, ¿qué me pasó? Yo me acuerdo que escribí algo sobre que mi vida es un poema, y soy el único verso que no rima. Ayer tenía razón porque... realmente me dijeron que mi vida era un poema. Ya tengo contestación para cuando me lo vuelvan a decir.

- Y tú, ego, ¿te has despertado ya?
- [...]
- Vale, puedo aceptar que sea aún mas vago que yo.

Desde luego, cuando se levante me la va a dar mortal. ''Si Hitler levantara cabeza...'' Si mi ego levantara cabeza... ¿Que hago yo escuchando estas canciones? ¿Ahora? Que me den porculo. Me voy a poner algo de metal. Y me voy. Chao.

7.24.2011

Sombra.

Hoy, hace unos minutos, estaba andando sola por la calle, de vuelta a casa. Miré hacia arriba, y una enorme palmera hacía explotar sus hojas sobre mí, inmóviles en el tiempo.Es de noche, y la farola estaba iluminándola desde abajo, de modo que la parte del haz de las hojas quedaba oscuro en la noche. Sobre mí, parecía abalanzarse y me sentí pequeñita, como cualquier animal digno de ser torturado por mi reina del caos.
Hoy no ha hecho falta que saquee la nevera para encontrar inspiración alguna, ha llovido sobre mí un poco de esa ceniza gris que me desata y me obliga a torturarme.

-

Impasible, el caimán siguió deshojando mis entrañas como el que busca el corazón de una alcachofa: pequeño, joven, tierno. Sin embargo halló una coraza de madera que envolvía a mi ego. Pese a estar en medio de un terremoto, él se mantiene firme. Pero yo se lo ofrezco al caimán, mi propio ego. Lo desnudo y, a punto de dárselo pendiendo de un hilo, le escupo. El pequeño ego me mira y crece, se hace mi enemigo y me golpea con el brazo en la mandíbula. Me zarandea por los hombros, me da un rodillazo en el pecho. Pega su preciosa nariz a mi oído, y sube lamiéndome la oreja. Suspira, y me grita tan alto que mi consciencia se despierta.
Entonces mi ego mira con un desprecio incontenible al caimán. Suspira un humo negro entre sus dientes blancos, su cara es de asco. 
- Maldito animal, sucio, incomprendido. Tú eres más bestia que ninguno de los animales, eres la criatura más temible del río por tus mandíbulas. Tú no eres nadie para destruir la morada del Mal, el cuerpo de esta inútil.
- No doy crédito a lo que ven mis ojos, mi ego está en contra de todo lo que el animal piensa, mi ego me protege y me hace fuerte.- Dije yo.
- A ti nadie te ha dado vela en este entierro.- Se giró mi ego- Tú sólo me has traído aquí, a la confusión y la duda. Pero aún así, la duda más grande puede ser el reptil más estúpido.- Se dirigió al caimán.
- No soy para nada estúpido.- Dijo el animal, con una media sonrisa irónica en su cara llena de escamas- O si no, ¿por qué has salido a darme caza? ¿Te crees que no lo sé? ¿Te crees que no te conozco?

Hubo una pausa, mi ego tenía el rostro sombrío, pero para nada manifestaba rabia. Tampoco odio, ni alegría. Era una mirada vacía, sin expresión. Por otro lado, el caimán estaba con su media sonrisa amarillenta, enseñando sus poderosos y desgarradores dientes. Como si supiese de antemano que iba a ganar la batalla.

- No creo nada, perdí la fe al ver a criaturas insípidas como tú. No aguardo la derrota, ni la victoria.- Mi ego se paseó un poco por la cueva de rocas negras, mostrando su belleza y elegancia al caminar.- Puedes conocerme desde la realidad, o desde tu punto de vista. Eres un animal, pero ¿eres objetivo?
El caimán se rió y su estómago chocaba en el suelo. 
- ¿Sólo te vas a reír?- Mi ego habló con seguridad, aunque detrás tenía la desconfianza. No sabe por donde salir, si el caimán le tiende una emboscada con las palabras.
- No sólo me río, también lloro. Ah, es cierto, sólo el cocodrilo se puede tomar ese lujo. ¿Tú no lloras? ¿Qué sientes? - El caimán seguía irónico, tratando de confundir.
- No, mira. Yo, por muy ego que sea, no voy a hablar más de mí. Tú eres la duda, pero no sé de que dudo. 

Entonces, mi ego me miró, y me hizo la gran pregunta. ¿De qué dudo? ¿De qué tengo miedo? La realidad me comía con las mandíbulas del caimán, no me había dado cuenta de mí. Y el caimán quiso devorarme, lo estaba intentando. Parece que cada vez esté más y más perdida, más confusa. Pero mi ego está aquí, mirando como estoy siendo devorada sin piedad. Saco de mi bolsillo el hacha del orgullo, y con ella, le demuestro a mi ego que no soy inútil, que soy fuerte. Corto por la mitad el paladar del caimán, el cual no llora ni aun así. Me libero, y me quedo dormida en la cueva. A mi lado, mi ego sigue suspirando humo negro (quizá sea sombra) y el caimán se va desangrando, cerca de la orilla. ¿Y si con la sangre, son atraídos más caimanes? He aprendido, esta vez ya no me engañan.

7.19.2011

Predator qui vit Infernus.

Estoy indignada. He ido a la cocina, y he saqueado la nevera. He cogido dos tabletas de chocolate negro, y me las he comido rápidamente, pero saboreándolas. Maldito hijo de puta, el que descubrió como hacer chocolate. Creo que, si aún viviera, le pediría matrimonio. O no. No estoy hecha para estar con la misma persona hasta siempre.


Entonces, el caimán se acomodó delante mía. Él, como siempre que había tratado conmigo, estaba tranquilo. Iba sin prisa, pero sin pausa. Yo aún sigo inmóvil, reprimida. Ahora, el animal transmite un aura más bien humana. Sus pensamientos tocan los míos, y al instante me tranquilizo. Pero detrás de la pantalla de comprensión, se esconde un deseo de corrupción y desorden. Yo me dejo llevar como las otras veces, como la vez del río. Y ya no veo piedras bonitas, sino agujas que me miran con la punta. Agujas envenenadas de mi propia sangre, mi propia condena. Yo nunca tuve la intención de torturar al caimán, pero él se ha vuelto contra mí. Es como si hubiera dejado que confiara en el reptil de sangre fría, para que éste me atrajese al nido de la desesperación eterna. 

Quieta, en el mismo sitio, no tengo noción del tiempo alguna. No sé cuántas horas llevo dentro de la cueva, o si quizás sólo han sido segundos. Es sin duda, un lugar infernal, aunque haga frío. Eso es otra, el agua hace que la ropa se me pegue al cuerpo, y la humedad lame mis huesos con lengua de papel de lija. Puedo mover los dedos, y los aprieto de dolor contra la roca negra del suelo. Me duelen las muñecas y las rodillas, de mantener mi peso durante todo ese tiempo. Me duele la espalda, los hombros, el cuello. 
El caimán se sitúa delante de mí, y me empuja por los hombros hacia abajo y atrás, de modo que quedo arrodillada ante él, sin mirarle la cara. Me pone una garra en la cabeza, y me toma por bestia. Dice de leer mi alma, la de un engendro inmundo, torturador. Me toma por animal.

- ¿Y tú quien eres?.- Le contesto con odio, levantando la voz.
- ¿Quién eres tú para decírmelo?.- El caimán trata de guardar calma.- Tú eres un engendro, una criatura no-humana. O eso es lo que quieres ser.
-[ . . . ]
- Eres, junto con tus demonios, una monstruosa obra de la crueldad.
- ¡Y tú eres un error de la naturaleza! ¿Tú te has visto, como para juzgarme? ¿Acaso piensas que me conoces? Tú eres más bestia que yo, no sé cómo puedes tener la virtud y el privilegio de poder dirigirte a una persona.- Yo exploté en rabia.
- Ahora vas a renunciar al imperio que tú has creado sobre y tras de ti. 
- Yo jamás he puesto una piedra sobre otra, no sé que estás diciendo.

El caimán me pasó una serie de imágenes y sentimientos a través de una red mental, una conexión que siempre tuvimos, incluso antes de habérmelo encontrado en el río. Aquellas emociones estaban socavando mis entrañas, escarbando en mis heridas, agrietando mis paredes. El castillo donde mi Ego se esconde de los demás, se estaba derrumbando.
-¡¡BASTAA!!- Pero por más que le pidiera que parase, seguía haciéndome daño.

El condenado monstruo estaba minando todas mis bases, perturbándome más de lo que nunca habría imaginado que llegaría a hacer yo misma.

PD: He de vengarme del maldito caimán, ya escribiré cómo lo hago... Cuando se me ocurra. Ya que de momento me supera en crueldad y fuerza.

7.18.2011

Soy de Luz.

-Guardas una luz muy potente, ¿por qué la escondes? 
 Ahí se quedó la pregunta, y no respondí. Seguí buscando otras luces, de diferentes colores. Pero, aunque la noche es negra, las luces se habían perdido, y todo estaba en oscuridad.

Ahora estoy totalmente ciego y confuso. No tengo fe, nada es superior a mí. Me he caído del árbol de la oscuridad, y corro perdido por un bosque sin hojas ni raíces. Me he sentado sobre una roca, he intentado oír algún movimiento que amortigüe el miedo a la soledad. Pero me he quedado mudo y en silencio, me he caído. Y con la cara en el suelo, he visto cómo la tierra negra del bosque se me pegaba en la mejilla. 
No hay nada más que troncos grises muy altos, que quieren tocar la Luna con las ramas. No encuentro salida alguna. En la misma roca de antes, he echado mi cuerpo, me he tocado. Aún sigue caliente, aún fluye la sangre. Pero todo es tan oscuro, que apenas alcanzo a verme.

Y cuando empieza a llover, el agua choca con fuerza en mi piel, que se quema poco a poco. Trato de cubrirme, pero no puedo librarme. Sólo hago que el dolor sea más leve. ¿Cuándo va a parar? Me quemo sin fin. Aún así, pasa otro día sin sol, y sigo viviendo. Nunca pediré ayuda, me encuentro bien y aún puedo avanzar en el medio de la nada, llegando quizás lejos, quizás andando en círculos. Y me acordé.
En este extraño lugar, no hay nada que me asuste ya. Todo es lo mismo, lluvia ácida al atardecer, sombra todo el día, oscuridad toda la noche. Y me acordé, de que al nacer, me introdujeron una pequeña bola de luz a través del cordón umbilical.

Entonces, la bola había ido creciendo conmigo desde siempre. Y en este momento, la luz salió por la nariz, por los ojos, por la boca. Y así, se fue haciendo un círculo de claridad, y el bosque se fue iluminando allí donde yo iba. Ví una parte en la que ya no había árboles, y que acababa en un barranco. Abajo, estaba el mar. Y poco más delante, una pequeña isla de cartón. Había muchas personas en esa isla de cartón, muy abajo con respecto a mí, o yo muy alto por encima de ellos. Además, yo soy luz.

7.14.2011

In vacuum.

Delante del ordenador, con la mente en blanco. He estado desconectando, y ahora me he conectado a la desconexión. ¿He de seguir así? Ahora tengo que volverme a conectar. Porque si algo caracteriza a la rutina, son sus ataduras. 
Escribo una línea, echando de menos a algún individuo x, y la borro. Escribo algo relacionado con el vacío, y lo borro. ¿Qué fue de las inyecciones de miedo? No encuentro más que pan para satisfacer mi mente, que se está durmiendo. Hace unos pocos minutos me quedé en coma, escuchando el ruido que hay en mi barrio, recién traído por la ventana. Y no pensé en nada, en nada. Sólo veo llaves y puertas dentro de mí, pero ya no recuerdo cómo hacía para abrirlas.

Ah, sí. Ya recuerdo. Que impacto entonces, cuando tuve que hacer corchetes y echar un montón de cosas por la borda, para olvidarme de ellas. Pero no las he olvidado. Y el echo de que esté en corchetes, que sean cosas de las que me privo a mí misma, las hacen tan... ¿interesantes? ¿O insensatas? Probablemente ambas. Me siento como en un puto desierto, en el que no llueve de hace décadas. No viene ni una gotita de inspiración a mí. Ni odio, ni rabia, mi ego ha dejado de hablarme... ¿Qué estoy haciendo mal? Sólo trato ahora de evitarme a mí misma, porque sé que algo ahí anda por sus anchas, revolviendo recuerdos y uniendo cabos, destruyéndome a mí misma y a la vez componiendo otra idea de mí. 
Es como si me hubiese quemado interiormente. Cuando nos quemamos la lengua, dejamos de saborear la comida, y tragar se hace molesto. Pues ahora, no alcanzo a saborear lo que siento, no tengo miedo a identificarlo, pero es que tampoco puedo.

Ayer mi mejor amigo me dijo que hablo como un tío. ¿Por qué no? Me cabreé por un instante, porque puedo hablar como quiera. Para algo existe la libertad de expresión y la igualdad. Aunque en el fondo no me importan esas cosas, es que si hago algo es porque me lo paso bien. Que yo sepa, en el fondo sólo tenemos la obligación de ser responsables de nuestros actos. Las demás obligaciones son añadidos de nuestros derechos. ¿El tener derechos nos priva de ser libres, dándonos esas obligaciones? ¿Se es libre cuando tu mente viaja, pero no tu cuerpo? ¿Se es esclavo cuando tu cuerpo viaja, pero tu mente permanece inmóvil? Soy esclava de mí, me tengo que obligar a ser feliz aunque tenga derecho a estar triste. Y debo permanecer a mi cuidado cuando mi mente viaja, y se hunde, y se ahoga. 

7.08.2011

¿Entonces sólo así podré quererme?

Hoy he soñado que estaba en un hospital, donde se extirpaban los intestinos de las personas para trasplantárselos a otras, aún vivas. También una enfermera de unos 35 años tenía como hilos sujetándole la cara. Ella era morena y ya tenía algunas arrugas de expresión. El pelo castaño oscuro, recogido en un moño a media altura. Ella me acompañó a una pequeña sala con camillas a un lado, y un espejo y un lavabo al otro. Me miré en el espejo, pero no ví gran cosa. La enfermera me pidió que me tumbase en la camilla y me durmió. Yo soñé que me extirpaban las tripas y me ponían en su lugar una manguera, pero cuando me desperté, era todo doloroso. En los intestinos no me habían hecho nada, pero me dijo al levantarme:
- Te he quitado la cara.
-¿Quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee?
- Sí, ahora tenemos tu cara en una camilla, fuera de la habitación.
- ¿Puedo verla...?
- Nadie se ha atrevido nunca a ver su cara después de que se la extirpemos. ¿Realmente quieres verla?
- Sí.
- ¿Seguro? Cuando ves tu cara como una fina máscara de piel, sin ojos, arrugada... despierta la más profunda de las locuras.
- No importa. Yo quiero verla.

Entonces ella trae la camilla. Mientras, yo miro mi cabeza en el espejo, me preguntaba qué me habían hecho ahora, si ya no tenía cara. El pelo estaba intacto, los ojos seguían en las cuencas, los dientes estaban bien. Sólo era que me habían quitado la cara. La enfermera recogió una especie de máscara de una toalla blanca. La piel, seca y suave, muestra una cara sin expresión. Con las cuencas de los ojos vacías, y las mejillas translúcidas. Entonces yo, con cuidado, cojo mi rostro, trato de darle mi forma con las manos. Entonces, la acerco a mí, acaricio el pómulo. Junto los párpados, y yo, que ya no tengo, trato de nublar la vista. Entonces la beso. 

PD: Esto fue por culpa de la NDS esa misma noche, junto con "Bei dir hab ich die Wahl der Qual, Stacheldraht im Harnkanal" (La frasecita esa de Rammstein, de Ich tu dir Weh). Que ahora se me ha metido en la cabeza x)

7.07.2011

¿Y cuál es el precio?

En uno de los paseos por mi mente, a ver que nuevo descubría, vi una plaza con el suelo de grandes baldosas blancas, y una fuente redonda justo en el centro, con el agua clara y limpia. Justo detrás, hay un inmenso cubo blanco con una puerta de cristal. 
Entré, con curiosidad. ¿Y aquí que hay? Víi una alfombra roja sobre un suelo negro, que llevaba hasta una recepción de hotel. Toco el timbre del mostrador, pero no oigo nada, es el completo silencio. Encima del mostrador también hay un libro, con muchas páginas (aunque solo está escrito hasta la página nº17). En cada página, figuraba el nombre de una persona que conocí algún momento de mi vida, o que conozco ahora. Algunos de los nombres persistían desde la primera página y otros, en cambio, aparecían en la última solamente. Veía como el nombre de mi mejor amigo se iba repitiendo en todas las páginas desde la nº11. 
A la derecha, casi en el margen, alguien escribió el número de habitación en el que se encontraban esas personas. Miré la cantidad de habitaciones que tiene el hotel, pero aún hay muchas vacías.

En una pequeña libreta colocada debajo del anterior libro, aparece un nombre escrito en mayúsculas. "RESERVAS". Al verlo, mi cara fue de asombro. ¿Es que al abrirlo, podría saber quienes han reservado mi hotel, y por tanto, conocerlos? Pues no. Eso, aunque son reservas del destino y la casualidad, yo no entiendo esa lengua aún.

Me decidí a subir a la primera planta. Un larguísimo pasillo de paredes negras, lleno de puertas blancas con su alfombrilla roja correspondiente.  Así, todos los pisos eran igual. Nunca sabré cuántas habitaciones hay, creo que moriré contándolas. Me he decidido a entrar en la de mi mejor amigo, para ver si está él, o qué imagen suya aparece en mi mente para representarlo. Abro la puerta con facilidad, pues mi llave abre todas las puertas de mi hotel. Hay una habitación negra, una ventana que da al cielo azul, una cama blanca y un armario. Registro el armario, y se escapan letras, números y fechas, que recompuestos y ordenados, no son más ni menos que recuerdos y momentos vividos con él. Cansada, y sabiendo que en las demás habitaciones habrá lo mismo pero con otras personas, me decido a entrar en la mía. Pero en la mía no hay nada. Sólo está vacía, con la dichosa ventana y las paredes negras. Yo en mi hotel sólo estoy de paso, no me alojo ni me guardo. Sólo de paso. Aun así, en lugar de encontrar mi lugar como una sombra aparte, lo encuentro motivador. 

Y ahora, la gran pregunta. ¿Cuál es el precio que los conocidos pagan por alojarse en mi cabeza? Pues es directamente proporcional al valor que yo les doy. Por eso, si alguien decide irse de la habitación para siempre, o lo echo yo, es porque en lugar de ganar, estaba perdiendo dinero mental. Entonces, ese o esa parásito, aportó experiencias y pasó al pasado. Estas personas que ya no viven en mi cabeza son,  paradójicamente, de las que ahora me estoy acordando.

PD: Siento un artículo tan largo, un saludo.

Retomando algunas cosillas...que ya continuaré.

Y aquí tenemos de nuevo al comodín de la baraja.Pero esta vez no lo tengo yo sino el destino. ¿Saldrán bien mis planes? ¿O el destino me hará una jugada que me mande para mi casa sin más cartas que jugar? No lo sé, es todo tan difícil de decidir cuando es tu rival el que tiene el comodín, y sólo conoces esa carta... Porque normalmente es el del comodín el que gana, por lo menos en mi caso. Claro está que hay que saberlo usar bien. Pero bueno, aún es pronto para jugar con la suerte, aún no me he comprado la baraja, es algo que debería ir haciendo ya. Maldita baraja, no veas si sale cara la cabrona.

Bueeno, me gustaría retomar de nuevo aquel artículo que una vez escribí, sobre un caimán y yo. Pero sólo voy a rescatar al caimán, porque hace poco se echó al río y siguió nadando. Si me hubiese quedado quieta, estancada en mi posición, como estaba en ese momento, me lo habría perdido. Pero yo, justo cuando el caimán se tiró, lo seguí. No tenía que comer esa noche, y su piel es un abrigo bueno. Así que cogí y me zambullí detrás de él. Por un momento pensé que fui estúpida tratando de cogerlo en el agua, porque probablemente me mataría. Pero no, el caimán siguió nadando como si huyese de mí.
Nadé detrás de su cola, en un río de agua verdosa y cristalina. Me empecé a fijar en el ambiente y dejé de centrarme en el caimán. ¡Qué bonitas piedras había en el lecho del río! Eran azul marino, verde, eran colores intensos y oscuros, y las algas eran verdes. Los rayos de sol apenas llegaban al suelo, pero los pocos que se colaban entre las copas de los árboles le daban al río unos puntos de luz realmente espectaculares.
Pero aún así, no había peces. El agua no estaba quieta y fluía, y el caimán seguía nadando. Por un momento lo perdí a lo lejos (¡Claro, si no me hubiera puesto a rebuscar piedras bonitas!), pero apreté el ritmo, nadé y estiré un brazo. Cogí al caimán por la cola. El animal se giró y me miró con sus ojos anaranjados y brillantes. Parecía que sonreía, con los dientes amarillos y las escamas verde oscuro. Ví como el agua se iba volviendo negra a medida que avanzaba.

Entramos en una cueva. ¿aquí vives tú, caimán?- Una parte de mí, al hablarle, me tomó por loca, pero instintivamente me arrodillé. Con las manos en el suelo y mirando hacia abajo, no podía girar la cabeza para mirar a mi alrededor. La cueva era oscura, con piedras gris oscuro y negras, pero una luz de color turquesa iluminaba desde lo alto. ¿Qué era esa luz? Ojalá pudiera levantar la cabeza...