5.19.2016

The dead siren.

Los rizos mojados por el mar y por la Luna eran la perdición de miles de barcos. Canciones de otro mundo, voces de sirenas. Todas celebraban la muerte, así como todos se perdían en el agua, dejando su barco a la deriva para así poder encontrar la dulce voz. 
El canto se convertía en afilados dientes, hasta que quedaba eclipsado por el llanto.

Pero esta historia es distinta. Ella no cantaba, y dedicándose a peinarse cuando la noche era más tranquila. Sin luna y sin estrellas, ella vivía en un mar de silencio y frío. Nadando en la sombra, no conocía su voz, y cuando quería hablar sentía que se ahogaba. Se enredaba con su propio pelo. 
Una noche vieja y perdida en mis recuerdos, ella salió a la superficie para contemplar una vez más los cantos de sus compañeras y todos sus enamorados cayendo al agua. Pero esa noche estaba sola. Sólo su pobre figura frágil y su piel traslúcida brillaban en la oscuridad. La adrenalina se iba apoderando de ella, la duda y el miedo enterraban sus raíces en lo profundo de su pecho. 
Aquella noche hubo un sólo barco, con el casco ya roto y podrido. Y sólo un tripulante a mando del timón había. La tristeza podía tocarse en el aire que exhalaba a través de su nariz. Los labios finos, pegados. Una postura tranquila y una mirada inquieta. Padre de huracanes, el origen de cualquier tormenta eran sus pupilas. Todo remolino, todo trueno y todo tornado habían sido una vez sus lágrimas. ¿Por qué las sirenas temían aquel hombre? No era hombre sino fantasma, no era hombre sino el más viejo enemigo del mismo Dios del mar. Aún así, en el iris de sus ojos esta sirena encontró la vida. Encontró palabras y voz, y supo ver una luz que brillaba más que la Luna y las estrellas.

Ella nadó hasta la roca más alta, para poder encontrarse de cara a cara con aquel quien se había convertido en sueño. Sus miradas se tocaron, y ella quiso saltar a su barco. Él no hizo nada para impedirlo, la aceptó y la recibió con sus brazos. Y se la llevó muy lejos, al fin del Mar y al fin de la Tierra. Allí, en el oscuro vacío que era su morada, la soltó. Pero antes se aseguró de cortar su cola para que no pudiera nadar. Se aseguró de robarle el alma para que no volviera a amar.
Fue la única sirena hechizada por su mirada, la única sirena hipnotizada por una voz, la única sirena atraída por un hombre.